Jesús dijo a Nicodemo:
«Ustedes tienen que renacer de
lo alto.
El viento sopla donde quiere: tú oyes su
voz, pero no
sabes de dónde viene ni a dónde va.
Lo mismo sucede con todo el
que ha nacido del Espíritu».
«¿Cómo es posible todo esto?»,
le volvió a preguntar Nicodemo.
Jesús le respondió: «¿Tú, que
eres maestro en Israel, no sabes estas cosas? Te aseguro que nosotros
hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que
hemos visto, pero ustedes
no aceptan nuestro testimonio.
Si no creen cuando les
hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les
hable de las cosas del cielo?
Nadie ha subido al cielo, sino el que
descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés levantó en
alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo
del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen
en Él tengan Vida
eterna».
Palabra del
Señor
¿Qué
me quieres decir, Señor?
¿Cómo
puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
Nicodemo
fue a hablar con Jesús de noche. Era de noche porque no había nacido de nuevo,
porque no había nacido del Espíritu. Era de noche, pero se acercó a la luz, a
la Luz.
“Aunque
sea de noche en mi corazón, me acerco a Ti”
“Que nunca
me acostumbre a caminar a oscuras, Señor”
Nicodemo
alaba a Jesús, pero Jesús no se deja halagar. Mas bien plantea al visitante
nocturno un paso adelante: “hay que nacer de nuevo”. En nuestro camino de fe
estamos llamados a avanzar siempre. No podemos detenernos. Tenemos tanto camino
por recorrer...
“Señor
¿por dónde tengo que avanzar?”
“No dejes
que me conforme con la mediocridad”
Nacer de
nuevo. Nadie puede nacer por sí mismo. Necesita un padre y una madre: El
Espíritu y el agua (los sacramentos). Tenemos que salir de la comodidad,
acercarnos a los pobres, a la comunidad cristiana... para que nos dé el aire
del Espíritu y podamos renacer.
¿Qué te
dice Dios? ¿Qué le dices?
Señor, me esfuerzo cada día por
seguirte, aunque muchos de mi amigos pasen de Ti. Busco la verdad y la
justicia, como Nicodemo.
Y Tú me pides algo
desconcertante: "nacer de nuevo". ¿Nacer de nuevo a mi edad, Señor?
¡A duras penas consigo corregir mis defectos, como para "nacer de
nuevo"! Pídeme, Señor, que comparta algo con los pobres. Pídeme, Señor,
que asuma algún compromiso. Estoy dispuesto a hacer cosas por ti y por los
demás.
Pero no me pidas "nacer de nuevo". No sé qué es "nacer de nuevo", No sé cómo podría "nacer de nuevo". Me resisto a "nacer de nuevo", aunque intuyo que ese es el verdadero camino. Rompe las rutinas, las seguridades, los apegos que no me dejan "nacer de nuevo". Ayúdame a entender que yo solo no puedo "nacer de nuevo". Nadie puede darse a luz a uno mismo. Sólo Tú, sólo tu Espíritu, sólo tu Amor pueden hacer posible que yo "nazca de nuevo". Ayúdame, Señor, a abrirte mi corazón de par en par. Ayúdame a dejarme conducir por tu Espíritu. Ayúdame a dejarme transformar por tu Amor.
Pero no me pidas "nacer de nuevo". No sé qué es "nacer de nuevo", No sé cómo podría "nacer de nuevo". Me resisto a "nacer de nuevo", aunque intuyo que ese es el verdadero camino. Rompe las rutinas, las seguridades, los apegos que no me dejan "nacer de nuevo". Ayúdame a entender que yo solo no puedo "nacer de nuevo". Nadie puede darse a luz a uno mismo. Sólo Tú, sólo tu Espíritu, sólo tu Amor pueden hacer posible que yo "nazca de nuevo". Ayúdame, Señor, a abrirte mi corazón de par en par. Ayúdame a dejarme conducir por tu Espíritu. Ayúdame a dejarme transformar por tu Amor.
Sigue curvado sobre mí, Señor, remodelándome,
aunque yo me resista.
¡Qué atrevido pensar que tengo yo
mi llave!
¡Si no sé de mí mismo!
Si nadie, como Tú, puede decirme lo que llevo
en mí dentro.
Ni nadie hacer que vuelva de mis
caminos que no son como los tuyos.
Sigue curvado sobre mí tallándome aunque, a veces, de dolor te grite.
Sigue curvado sobre mí tallándome aunque, a veces, de dolor te grite.
Soy pura debilidad, -Tú bien lo
sabes-, tanta, que, a ratos, hasta me duelen tus caricias.
Lábrame los ojos y las manos, la mente y
la memoria, y el corazón,- que es mi
sagrado-, al que no Te dejo entrar cuando
me llamas.
Entra, Señor, sin llamar, sin mi
permiso.
Tú tienes otra llave, además de
la mía, que en mi día primero Tú me diste, y que empleo, pueril, para cerrarme.
Que sienta sobre mí tu
“conversión”
y se encienda la mía del fuego de la Tuya, que arde
siempre, allá en mí dentro.
Y empiece a ser hermano, a ser
humano, a ser persona.
Amén
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