Jesús dijo a la gente:
Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y Yo lo resucitaré en el último día.
Está escrito en el libro de
los Profetas: "Todos serán instruidos por Dios".
Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza viene a mí.
Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo Él ha visto al Padre.
Les aseguro que el que cree tiene Vida eterna.
Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron.
Pero éste es el pan que
desciende del cielo, para que
aquél que lo coma no muera.
Yo soy el pan vivo bajado del
cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo.
Palabra del
Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
Insiste el Evangelio de San Juan en recordarnos la
importancia de la fe. La fe no sólo nos conduce a la vida eterna, la fe nos da
vida eterna ya, en esta tierra, en este momento, aunque sea de forma parcial.
“Gracias Señor, por la vida,
por la esperanza, por el amor”
Nadie puede presumir de la fe
frente a los demás. La fe es un regalo de Dios: “Nadie puede venir a mí, si el
Padre no lo atrae”. Dios atrae a todos; en todos ha puesto la sed de la vida
eterna, el hambre de su amistad. Pero podemos resistirnos a esta atracción.
Podemos acallarla, podemos dejarla para mañana...
Señor, son muchas, cada vez más, las cosas que nos apartan de Ti.
Señor, son muchas, cada vez más, las cosas que nos apartan de Ti.
Esas
preocupaciones estériles, esos frívolos placeres, esos inútiles cuidados, esas
ilusiones inconsistentes, esas causas triviales, esos vacíos deberes...
Muchas
y muy variadas son las cosas que eclipsan tu diáfana presencia entre nosotros.
El
orgullo, que nos impide aceptar la ayuda de los demás; la envidia, que corroe todo horizonte; el remordimiento, que mantiene abiertas tantas
heridas; la pereza, que acumula cargas cada vez más pesadas; el ansia de seguridad, que nos lleva a atesorar más de lo que necesitamos...
Pero
a pesar de todo. Tú eres más fuerte que todas esas cosas. Te haces presente en
nuestra desidia y torpeza -superando muros, silencios y olvidos- simplemente porque gritamos o nos ves tristes y perdidos.
Crees
en nosotros aunque te demos crédito negativo.
¡Atráenos,
cada vez más fuertemente, hacia Ti!
La
mesa está llena. Se sirven manjares exquisitos: la paz, el pan, la palabra de
amor de acogida de justicia de perdón.
Nadie
queda fuera, que si no la fiesta no sería tal.
Los
comensales disfrutan del momento, y al dedicarse tiempo unos a otros, se reconocen, por vez primera, hermanos.
La alegría
se canta, los ojos se encuentran, las barreras bajan, las manos se estrechan,
la fe se celebra…… y un Dios se desvive al poner la mesa.
Amén
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