lunes, 4 de abril de 2016

ALÉGRATE, LLENA DE GRACIA, EL SEÑOR ESTÁ CONTIGO



El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.

El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo:

«¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo».

Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.

Pero el Ángel le dijo:

«No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin».

María dijo al Ángel:

«¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relación con ningún hombre?»

El Ángel le respondió:

«El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios».

María dijo entonces:

«Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra».

Y el Ángel se alejó.


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


La solemnidad de la Anunciación nos invita a meditar una vez más este pasaje del Evangelio, a llenarnos de alegría con la Buena Noticia de Gabriel.

Dios no nos abandona, no se olvida de nosotros, viene a salvarnos, se encarna, se hace persona humana para que seamos y vivamos como hijos suyos.

Dios no nos salva sin contar con nosotros, con un gesto lejano y frío, sino que se acerca a nuestra realidad hasta asumirla, y esto lo hace contando con nuestra colaboración.

La sencillez, la humildad y la confianza de María, son las actitudes con las que debemos acoger al Dios que se nos acerca, hoy le pedimos que nos enseñe a decir como ella: Aquí está la esclava del Señor, que se cumpla lo que dices.

Vivir es dejar que la Palabra se haga cuerpo en nuestro cuerpo humano, cuerpo de carne y sangre con espíritu bíblico y aliento solidario.

Y para ello se necesita paciencia y tiempo, cántaros de esperanza compartida y dejar que la semilla crezca sola en nuestras entrañas humanas aunque no sepamos cómo.

Vivir es gestar en paz y con cuidado al esperado, que siempre es nuestro hermano, que viene ilusionado a su casa, sin ánimo de destronarnos y sí de enriquecernos y alegrarnos.

Pero para ello hay que estar embarazados o dejar al Espíritu que repose, como él quiera, en nuestro regazo; y ponerse de parto para que la Palabra acampe entre nosotros.

Vivir es... ¡Ya estoy, Señor, dándote cuerpo!



Amén

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