Jesús
resucitado se apareció a los Once y les dijo:
«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia
a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará. El que no crea se
condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán demonios en mi
Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos,
y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre
los enfermos y los sanarán».
Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está
sentado a la derecha de Dios.
Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y
confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo
puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
San Marcos se dejo seducir por Cristo. El amor de
Dios llenaba su corazón de alegría, una alegría que tenía que compartir.
Entendió enseguida que ser cristiano es ser anunciador de una Buena Noticia:
escribió con sencillez su Evangelio y lo anunció con todas las fuerzas de su
alma. ¿Evangelizas? ¿Cómo lo haces? ¿Con qué palabras y con qué gestos? ¿Qué te
dice Dios? ¿Qué le dices?
El que crea y se bautice se salvará, será más feliz,
su vida tendrá sentido, su esperanza será más fuerte, tendrá más fuerza para
amar, para perdonar, para entregar su vida…
“Gracias Señor por el don de la fe y del bautismo”
Echarán demonios: mentiras, injusticias, guerras,
discordias… Hablarán lenguas nuevas: el testimonio, la entrega, la dulzura….
Cogerán serpientes y beberán venenos: incomprensiones, rechazos, insultos… y no
les hará daño.
Es
fácil amar lo amable, rozar lo bello, admirar brillos y fachadas, agujero negro de miradas distraídas; aplaudir lo exitoso, jalear lo apuesto, empujar aún más alto lo que no toca techo.
Difícil
es adentrarse en el caos oculto tras el rostro cordial.
Deambular
por las estancias pobladas por demonios de dentro,
las memorias que encadenan nuestro vuelo a
derrotas pasadas, los amores difíciles,
las batallas perdidas, los gritos que, sin darlos,
martillean en cada rincón.
Difícil,
pero posible.
Todos
necesitamos, alguna vez, alguien que toque, con ternura,
nuestras cicatrices.
«Id al
mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación». Con estas palabras,
Jesús, te diriges a cada uno de nosotros. Quieres que contagiemos la alegría de
encontrarte, el gozo de la fe, de sentirnos amados por ti; para que todos te
conozcan, te amen y sean más felices. La fe es una llama que se hace más viva
cuanto más se comparte.
¿Dónde
nos envías, Jesús? No hay fronteras, no hay límites: nos envías a todos. El
evangelio es para todos. No es sólo para los que nos parecen más cercanos, más
receptivos, más acogedores. Es para todos. También para quien parece más
lejano, más indiferente. Tú buscas a todos, quieres que todos sientan el calor
de tu misericordia y de tu amor.
Señor,
no tengo ninguna preparación especial y a veces soy una calamidad. Como
Jeremías, yo también te digo: «¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que no sé hablar, que
sólo soy un niño». Y tú me dices lo mismo que dijiste a Jeremías: «No les
tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte». «No tengáis miedo», nos
dices. Cuando vamos a anunciarte, Tú mismo vas por delante y nos guías. Nunca
nos deja solos, nunca dejas solo a nadie. Nos acompañas siempre.
Jesús,
no nos has dicho: «Ve», sino «Id». Nos envías juntos, en grupo, en comunidad,
en iglesia. Juntos hacemos frente a los desafíos. Juntos somos fuertes. Juntos
descubrimos recursos que pensábamos que no teníamos.
Nos
envías para servir. Evangelizar no son sólo palabras, es dejar que nuestra vida
se identifique con la tuya, es tener tus sentimientos, tus pensamientos, tus
acciones. Y tu vida, Jesús, es una vida para los demás, es una vida de
servicio. Ayúdanos a superar nuestros egoísmos, para servir, inclinándonos para
lavar los pies de nuestros hermanos, como tú hiciste, como tú haces, Jesús.
Danos
un corazón que sepa acoger la fuerza que nos ofreces para arrancar y arrasar el
mal y la violencia; para destruir y demoler las barreras del egoísmo, la
intolerancia y el odio; para edificar un mundo nuevo. Gracias, Jesús, porque, a
pesar de nuestras miserias, cuentas con nosotros, cuentas conmigo.
Amén
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