Después que los cinco mil
hombres se saciaron, enseguida Jesús obligó a sus discípulos a que subieran a
la barca y lo precedieran en la otra orilla, hacia Betsaida, mientras Él
despedía a la multitud. Una vez que los despidió, se retiró a la montaña para orar.
Al caer la tarde, la barca
estaba en medio del mar y Él permanecía solo en tierra. Al ver que remaban muy
penosamente, porque tenían viento en contra, cerca de la madrugada fue hacia
ellos caminando sobre el mar, e hizo como si pasara de largo.
Ellos, al verlo caminar sobre
el mar, pensaron que era un fantasma y se pusieron a gritar, porque todos lo
habían visto y estaban sobresaltados. Pero Él les habló enseguida y les dijo:
«Tranquilícense, soy Yo; no teman». Luego subió a la barca con ellos y el
viento se calmó.
Así llegaron al colmo de su
estupor, porque no habían comprendido el milagro de los panes y su mente estaba
enceguecida.
Palabra del
Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
El
miedo paraliza, no deja crecer, si no se supera. A veces tenemos miedo incluso
de las personas que queremos, hasta Jesús nos PUEDE parecer un fantasma. ¿Cuáles
y cómo son tus miedos?
Jesús
nos repite, no se cansa de decirnos: "Animo, soy yo, no tengáis
miedo". Dejemos que resuenen estas palabras en el corazón.
El
remedio contra el miedo es la fe, y el alimento de la fe es la oración:
"se retiro a la montaña a orar".
"Creo,
Señor, pero aumenta mi fe"
"No
me dejes caer en la pereza para rezar"
Yo te amo, Señor, porque estás conmigo.
Tú eres como peña segura, como un alcázar.
Tú eres mi liberador, mi roca, mi refugio.
Eres mi fuerza salvadora, el escudo que me protege.
Cuando me siento en peligro, cuando me cerca el mal
y la mentira tendiéndome sus redes, tú, Señor, escuchas mi llamada y das respuesta a mi
súplica.
Tú eres, Señor, el único que permanece.
Todo pasa, todo se acaba, todo tiene muerte.
¡Sólo tú vives para siempre!
Por eso, Señor, he puesto mi confianza en ti.
Señor, tú enciendes mi lámpara; Dios mío, tú
alumbras mis tinieblas.
Fiado en ti me meto en la lucha, fiado en ti asalto
las dificultades.
Vale la pena andar por tu camino.
Por lo grande que has sido conmigo, te doy gracias
en medio de los hombres, porque me acompañas siempre y me vistes de poder en la fuerza de tu Espíritu,
te doy gracias.
No tengo miedo, me siento seguro en ti.
Tú eres el valor y el ánimo de mi lucha.
Tú eres, Señor, Dios que salva.
Amén
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