Jesús salió nuevamente a la
orilla del mar; toda la gente acudía a Él, y Él les enseñaba. Al pasar vio a
Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo:
«Sígueme». Él se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo
en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con Él y sus
discípulos; porque eran muchos los que lo seguían. Los escribas del grupo de
los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos:
«¿Por qué come con publicanos y pecadores?»
Jesús, que había oído, les
dijo: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos.
Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».
Palabra del
Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
De
nuevo Jesús se acerca a nuestra vida y nos dice «sígueme». Hasta el endemoniado
de Cafarnaúm se preguntaba «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?». Y tú,
¿te preguntas cada día qué quiere Dios de ti?
Leví,
Mateo era un cobrador de impuestos y un pecador público, un publicano, es
decir, un judío puesto al servicio de Roma para extorsionar a su pueblo y ganar
dinero usando de la estafa y la usura, prohibida por la Ley. Jesús lo mira
lleno de ternura y con su amor lo dignifica. Jesús pone en él su confianza y lo
hace un discípulo suyo. Mateo «se levantó», quizás porque Jesús lo sacó de
aquella vida arrastrada. Un hombre en pié es alguien con dignidad, o al menos
con orgullo. Mateo se alegra de saber que alguien puede amarle a pesar de todo.
Así es Jesús y así hemos de ser también nosotros. Aquel feliz encuentro acaba
en fiesta, en cena. La comida implica compartir la vida. Nadie sienta a su mesa
a alguien con quien no comparte absolutamente nada o a quien desprecia. Mateo y
Jesús cenan juntos y, con ellos, los discípulos de Jesús y un buen grupo de
pecadores acusados por la ortodoxia judía (fariseos). Los buenos oficiales no
entran a cenar con pecadores públicos, sino que se quedan fuera criticando.
Dios sí que comparte y prepara su mesa para los pecadores. Jesús viene a curar
a los enfermos, no a los sanos, por eso busca a todos los excluidos sociales,
también a los pecadores públicos. ¿Y tú, eres de los que entras a cenar con
pecadores o te quedas fuera criticando? A los cristianos nos falta con
frecuencia abrazar el mundo con sus luces y sus sombras, con su dolor y su
pecado, con la misma ternura que lo abrazaba Jesús. ¿Y en tu vida, sobran
sentencias y falta misericordia? Pide perdón por tus condenas y críticas. Da
gracias porque Jesús nos ama siempre, a pesar de nuestro pecado.
Señor,
tú miraste con amor a Mateo y le llamaste.
Era
un recaudador, un pecador, un indeseable... pero su corazón buscaba una vida más
auténtica y te siguió con decisión, cuando pronunciaste su nombre.
Señor,
también a mí me miras con amor y me llamas.
Reconozco
que no lo merezco, que soy poca cosa,
Sé
que sólo tú puedes darme la felicidad que deseo.
Por
eso, quiero seguirte siempre y del todo.
Señor,
ayúdame a mirar con amor al que se siente sólo, al que no cuenta, al que cree
que no sirve para nada.
Ayúdame
a despertar el deseo de felicidad de cada persona y a mostrarles que Tú eres la
fuente de la Vida. Amén
Jesús
está cerca de los enfermos, de los marginados, de las mujeres de los niños.
Para
eso ha venido.
Si me llamas, te seguiré sin dudar aunque el camino
sea desconocido y duro.
Si me hablas, callaré y creeré en Ti aunque tu voz destroce mis planes y sueños.
Si quieres podarme, me dejaré podar aunque mi savia se desparrame en tierra sin nombre.
Si me acrisolas al fuego, me dejaré purificar aunque pulverices mis deseos y posesiones.
Si me invitas, entraré en tu casa y en tu corazón aunque sea pobre y mendigo.
Si me quieres contigo, iré a donde quieras, aunque no me gusten leyes y obediencias.
Y si me miras con amor, intentaré acoger tus anhelos aunque los mimbres de mi ser no sirvan para ello.
Si me hablas, callaré y creeré en Ti aunque tu voz destroce mis planes y sueños.
Si quieres podarme, me dejaré podar aunque mi savia se desparrame en tierra sin nombre.
Si me acrisolas al fuego, me dejaré purificar aunque pulverices mis deseos y posesiones.
Si me invitas, entraré en tu casa y en tu corazón aunque sea pobre y mendigo.
Si me quieres contigo, iré a donde quieras, aunque no me gusten leyes y obediencias.
Y si me miras con amor, intentaré acoger tus anhelos aunque los mimbres de mi ser no sirvan para ello.
Amén
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