jueves, 7 de enero de 2016

CONVIÉRTANSE PORQUE EL REINO DE LOS CIELOS ESTÁ CERCA



Cuando Jesús se enteró de que Juan Bautista había sido arrestado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:

"¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones!

El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz".

A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca».

Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, proclamando la Buena Noticia del Reino y sanando todas las enfermedades y dolencias de la gente. Su fama se extendió por toda la Siria, y llevaban a todos los enfermos, afligidos por diversas enfermedades y sufrimientos: endemoniados, epilépticos y paralíticos, y Él los sanaba. Lo seguían grandes multitudes que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania.

Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 



"Una luz les brilló". Una luz nos ha brillado, una luz que ilumina no sólo el día de Navidad, ilumina todos nuestros días. ¿Te estás dejando iluminar por Dios? ¿Qué le dices?

Parecía que no había esperanza.

Que el mundo se resquebrajaba entre balas y trincheras.

Un manto de olvido había cubierto la fraternidad.

Un hombre encaraba a otro a cara de perro, a grito de odio.

Cada quién peleaba, desquiciado, por reforzar su puerta por elevar su tapia,
por aislar su parcela.

Recelosos se miraban, de soslayo, los vecinos.

Un silencio agobiante envolvió los corazones.

Cada ciudad se transformó en un inmenso carnaval que enmascaraba la verdad
tras muecas pintadas.

Hasta que llegó el profeta.

Su sentencia firme rompió el embrujo: “Mirad que llega vuestro Dios”.

Lo dijo bajito, lo repitió más fuerte y otras voces se sumaron a la suya.

Como un río poderoso el verbo se hizo promesa y despertó la ilusión dormida.

Nadie podrá evitar que el amor tenga la última palabra.

Amén

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