Jesús volvió a Cafarnaúm y se
difundió la noticia de que estaba en la casa. Se reunió tanta gente, que no
había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y Él les anunciaba la
Palabra.
Le trajeron entonces a un
paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. Y como no podían acercarlo a Él, a
causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y
haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. Al ver la fe de
esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados».
Unos escribas que estaban
sentados allí pensaban en su interior: «¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está
blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?»
Jesús, advirtiendo en seguida
que pensaban así, les dijo: «¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al
paralítico: "Tus pecados te son perdonados", o "Levántate, toma
tu camilla y camina"? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene
sobre la tierra el poder de perdonar los pecados, dijo al paralítico: Yo te lo
mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa».
Él se levantó en seguida, tomó
su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba
a Dios, diciendo: «Nunca hemos visto nada igual».
Palabra del
Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
Somos
muchos los que buscamos a Jesús, pero Él ¿qué nos propone?: «Él les proponía la
Palabra». A veces hacemos de la vida espiritual una estantería en la que
colocamos anécdotas, viajes con la parroquia, charlas y retiros. ¿Estamos
pasando el tiempo en vano o vivimos un proceso de conocimiento y conversión a
la Palabra? La Palabra es Jesús y su anuncio del Reino de Dios, Reino de paz y
justicia. Es una auténtica revolución, una inversión de nuestras prioridades:
bienaventurados los pobres, los perseguidos, los pacíficos... una revolución
social. ¿Vivimos la novedad del Evangelio y sentimos su desafío? ¿Respondemos a
su provocación convirtiendo nuestras vidas?
Gracias, Señor y Dios nuestro, porque en el momento
elegido por Ti, tu Palabra se hizo luz entre nosotros e iluminó a todos los
hombres de buena voluntad.
En el solemne momento de su investidura, siendo
testigo Juan el Bautista, fue breve y conciso tu discurso: "Es mi hijo
amado, escuchadle".
Y Jesús de Nazaret, ungido por tu espíritu, proclamó
buenas noticias para los pobres.
De tu parte anunció la libertad para los oprimidos,
abrió los ojos a los que no podían ver y nos comunicó a todos los humanos un
mensaje de vida plena.
Nos habló siempre en tu nombre, sus palabras eran tus palabras, por eso sentimos que hablaba con autoridad.
Nos habló siempre en tu nombre, sus palabras eran tus palabras, por eso sentimos que hablaba con autoridad.
Pero usó siempre palabras sencillas, claras,
apoyadas con parábolas, para que todos le pudiéramos entender.
Recordamos sus palabras en la cena de despedida, y
sus últimas siete palabras en la cruz, cuando resumió en ellas toda su
trayectoria de entrega y servicio.
Y nos alegramos al acoger sus palabras, después de
vencer al pecado y a la muerte, palabras que nos animan y nos envían a
construir tu Reino de justicia y paz.
Gracias, Señor, por ofrecernos tu Palabra.
Gracias, Señor, por ofrecernos tu Palabra.
Hicieron
descender un paralítico en su camilla desde el techo hasta los pies de Jesús.
Los judíos asociaban la enfermedad al pecado. Jesús mira a aquel hombre y
perdona sus pecados. El Hijo de Dios tiene potestad para perdonar pecados, por
eso confirma su autoridad haciendo de aquel impedido un hombre que recobra sus
capacidades. Cuando pedimos perdón por nuestros pecados recobramos el estado de
gracia que nos hace capaces de seguir al Señor. El pecado acaba postrándonos.
Muchos dicen que sólo deben decirle los pecados a Dios, de forma directa. Pero Jesús hace partícipes de su potestad a los apóstoles: «id y perdonad los pecados». No debemos confesar sólo para poder comulgar, sino para reconciliarnos con Dios y con la Iglesia. Cuando pecamos no amamos. Cuando no amamos, estamos perjudicando a los demás y dejando de aportar amor a la comunidad creyente, por eso hay que reconciliarse también con la Iglesia. Dios ha puesto este tesoro en manos de la Iglesia para reconciliar a los hombres con Él y para que así le sigamos con renovadas fuerzas.
Muchos dicen que sólo deben decirle los pecados a Dios, de forma directa. Pero Jesús hace partícipes de su potestad a los apóstoles: «id y perdonad los pecados». No debemos confesar sólo para poder comulgar, sino para reconciliarnos con Dios y con la Iglesia. Cuando pecamos no amamos. Cuando no amamos, estamos perjudicando a los demás y dejando de aportar amor a la comunidad creyente, por eso hay que reconciliarse también con la Iglesia. Dios ha puesto este tesoro en manos de la Iglesia para reconciliar a los hombres con Él y para que así le sigamos con renovadas fuerzas.
Amén
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