miércoles, 13 de enero de 2016

ÉL SE LE ACERCÓ, LA TOMÓ DE LA MANO Y LA HIZO LEVANTAR



Jesús fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato. Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.

Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió delante de la puerta. Jesús sanó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a éstos no los dejaba hablar, porque sabían quién era Él.

Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando. Simón salió a buscarlo con sus compañeros, y cuando lo encontraron, le dijeron: «Todos te andan buscando».

Él les respondió: «Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido».

Y fue por toda la Galilea, predicando en las sinagogas de ellos y expulsando demonios.


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


Jesús tuvo su residencia en Cafarnaúm la mayor parte de su vida pública. Allí tuvo una intensa actividad y, junto al Mar de Galilea, llamó a sus primeros discípulos. Ahora aparece curando a la suegra de Pedro. Es curioso: Jesús nos cura de nuestras dolencias físicas o morales no para adornar nuestras vidas con su gracia, sino para que sirvamos a los demás. Por eso a la suegra de Pedro «se le pasó la fiebre y se puso a servirles», porque amor con amor se paga. ¿Quién no es lo suficientemente agradecido para perdonar a los demás si Dios nos perdona tanto a nosotros? ¿Quién no podría amar a los demás si Jesús mismo se arrodilla y te sirve, sale a tu encuentro cada mañana, se regala en los sacramentos, te infunde fortaleza y confianza, si te muestra tu propia verdad y cura tus heridas con su amor? Ahora pregúntate, ¿respondo yo al amor de Dios como debo o soy descuidado y olvidadizo? ¿Cómo agradecer todo el bien recibido con actos de amor y compromisos concretos?

Te doy gracias de todo corazón, Señor, Dios mío, te diré siempre que tú eres amigo fiel.

Me has salvado del abismo profundo, y he experimentado tu misericordia.

Me has librado de los lazos de la tentación, y he experimentado tu misericordia.

Me has hecho revivir, volver al camino, y he experimentado tu misericordia.

Has curado la fiebre que me impide servir a los hermanos.

Has abierto mis ojos y mis oídos para ver y escuchar a quién me necesita.

Sigue protegiendo mi vida. Sálvame. Confío en ti.

Señor, yo me alegro, porque eres un Dios compasivo.

Me alegro porque eres piadoso y paciente.

Me alegro porque eres misericordioso y fiel.

Señor, mírame. Ten compasión de mí. Dame fuerza.

Protege mi vida. Sálvame. Confío en ti.

Tú, Señor, siempre estás pronto a ayudarme y a animar mi corazón cuando decae.

Tú, Señor, toma mi corazón de barro y moldéalo según la grandeza de tu misericordia.

Protege mi vida. Sálvame. Confío en ti.

La compasión y la solidaridad ante el dolor de la gente es un distintivo de Jesús. ¡Cuánto sufre la gente! Detrás de cada puerta hay una historia marcada por el dolor, no se salva ninguna casa. Compartir el sufrimiento de los demás pone mucha luz y profundidad en nuestras vidas marcadas por la prisa y la superficialidad. Para ello es necesario vivir en oración. Sólo un corazón apasionado por Dios puede amar con libertad y verdad a los hombres según el mandamiento nuevo. Jesús no se deja absorber por el bullicio ni el activismo, sino que acude a la oración: lo primero es vivirnos desde Dios. San Juan  de Ávila decía que «más imprime una palabra después de haber estado en oración que diez sin ella» y «no hagas cosa que primero no encomiendes a Dios, pues va tanto en ello o acertar o errar». Sin mística no puede haber acción en nombre de Dios. ¿Pongo a Dios en el primer lugar y lo amo sobre todas las cosas? ¿Se nota eso en el tiempo que le dedico a la oración y en el interés que pongo a la hora de cuidar mis encuentros con el Señor en la Misa dominical y en la lectura diaria del Evangelio?

Vámonos a otra parte. Jesús no se deja detener por los éxitos.

No es bueno dormirse en los laureles ni asentarse allí donde nos reconocen.

No es bueno mantener nuestro puesto y estatus mientras otros son marginados y expulsados.

Y sucede cada día, Señor, aquí y en otros lugares de nuestra tierra.

No es bueno ser el centro del encuentro mientras hay quienes se quedan fuera, al margen.

No es bueno vivir con abundancia y confort mientras otros carecen de lo básico y necesario.

Y sucede cada día, Señor, aquí y en otros lugares de nuestra tierra.

No es bueno que a uno le atienda y sirva mientras a otros se les esconde y olvida.

No es bueno tener tanta calidad de vida mientras hay quienes luchan por ella cada día.

Y sucede cada día, Señor, aquí y en otros lugares de nuestra tierra.

No es bueno creer que estamos en lo cierto mientras hay tantos hermanos perdidos.

No es bueno quedarse donde hemos llegado habiendo tantos caminos que no hemos recorrido.

Y sucede cada día, Señor, aquí y en otros lugares de nuestra tierra.


Amén

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