Jesús entró en Cafarnaúm, y
cuando llegó el sábado, fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban
asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no
como los escribas.
Y había en la sinagoga un
hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: «¿Qué quieres de
nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién
eres: el Santo de Dios».
Pero Jesús lo increpó,
diciendo: «Cállate y sal de este hombre». El espíritu impuro lo sacudió
violentamente y, dando un alarido, salió de ese hombre.
Todos quedaron asombrados y se
preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de
autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y éstos le obedecen!» Y su fama
se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.
Palabra del
Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
Jesús
acude a la sinagoga de Cafarnaúm, donde enseña. Jesús no es un letrado, ni un
sacerdote que oficiaba en el Templo, ni un rabino... Él no tiene poder. Sin
embargo, tiene autoridad. El poder brota del dinero, de la posición social, de
la fama ganada con las armas o las tretas, por eso no genera respeto, sino
miedo. Jesús produce respeto. ¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?
Señor, Tú hablas con autoridad, porque
has sido enviado por Dios Padre, no eres un entrometido; porque hablas de lo que sabes, no hablas de
oídas;
porque hablas con sencillez, para que te entiendan, no para demostrar lo mucho que sabes; porque hablas con respeto, nunca con violencia; porque haces lo que dices, vives lo que hablas; porque tus palabras buscan nuestro bien, aunque a veces no queramos escuchar lo que me dices; porque tus palabras reflejan la verdad, sin esconder la luz ni las sombras; porque tus palabras descubren nuestros fallos para que los superemos, nunca para humillarnos; porque tus palabras nos recuerdan quiénes somos y lo mucho que valemos para ti;
porque tus palabras, tu mirada, tus gestos y tu vida nos anuncian un mismo mensaje: que nos amas con todo el corazón y que tu amor nos acompañará siempre.
Señor, ayúdame a hablar como Tú, a vivir como Tú, a ser como Tú.
porque hablas con sencillez, para que te entiendan, no para demostrar lo mucho que sabes; porque hablas con respeto, nunca con violencia; porque haces lo que dices, vives lo que hablas; porque tus palabras buscan nuestro bien, aunque a veces no queramos escuchar lo que me dices; porque tus palabras reflejan la verdad, sin esconder la luz ni las sombras; porque tus palabras descubren nuestros fallos para que los superemos, nunca para humillarnos; porque tus palabras nos recuerdan quiénes somos y lo mucho que valemos para ti;
porque tus palabras, tu mirada, tus gestos y tu vida nos anuncian un mismo mensaje: que nos amas con todo el corazón y que tu amor nos acompañará siempre.
Señor, ayúdame a hablar como Tú, a vivir como Tú, a ser como Tú.
Aparece
un endemoniado, posiblemente poseído por alguna enfermedad mental como la
epilepsia o la esquizofrenia. Entonces Jesús realiza el primer milagro: el
poder de Dios reside en Jesús, por eso cura del dominio diabólico. Su autoridad
no reside sólo en las palabras, sino en los hechos. No se salvará todo el que
dice «Señor, Señor», sino quien cumple la voluntad de Dios. Obras son amores y
no buenas razones. La credibilidad de nuestra fe quedará acreditada ante
nuestros vecinos sólo si plantamos cara al diablo que atormenta a los hombres
con la fascinación consumista, el deseo de poder y aparentar y, como no, con el
abandono, la falta de medicamentos, la falta de desarrollo... ¡cuántos niños
obligados a trabajar desde pequeños o incluso esclavizados pedirán mañana la
curación de sus enfermedades de huesos, de su hambre, de su analfabetismo, de
sus heridas de guerra!
Jesús
increpa al mal: «cállate». Pero por boca del profeta Isaías sigue
preguntándose: «¿A quién enviaré, quién irá por mí?». Pídele al Señor que te
mueva siempre a la compasión ante el dolor de cada persona, viva cerca o lejos.
Alegra el corazón conmovido de Dios respondiendo: «Aquí estoy, Señor, envíame a
mí»
Amén
No hay comentarios:
Publicar un comentario