Al volver los setenta y dos de su misión, dijeron a
Jesús llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre».
Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado
poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las
fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que
los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén
escritos en el cielo».
En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu
Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque,
habiendo mantenido ocultas estas cosas a los sabios y prudentes, las has
revelado a los pequeños. SI, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido
dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie
sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos:
«¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas
y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes
oyen y no lo oyeron!»
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir,
Señor?
¿Cómo puedo hacer
realidad este evangelio en mi vida?
Nuestra verdadera alegría: el que nuestros
nombres estén inscritos en el cielo. No importa que en la mente o en el corazón
de los hombres estemos borrados, o tal vez tengan nuestros nombres como de
personas no gratas a ellos ni a sus intereses.
Todo lo que hagamos en favor del Reino de
Dios; todos nuestros esfuerzos para que el Evangelio de salvación llegue a más
y más personas, no debe realizarse con el afán de ser considerados como seres
que realmente estén dando su vida por los demás; pues no buscamos el aprecio de
los hombres, sino sólo la gloria de Dios.
No vaya a suceder que al final, cuando el
Señor abra la puerta para encontrarnos con Él definitivamente, le digamos:
¡Señor, Señor! ¿No profetizamos en tu Nombre, y en tu Nombre expulsamos
demonios, y en tu Nombre hicimos muchos milagros? y que Él nos responda: No los
conozco. ¡Apártense de mí, malvados!
Y es que efectivamente no basta incluso hacer
creer a los demás que Dios nos habla y nos dice lo que hemos de comunicarles.
Mientras nosotros no vivamos y caminemos en el amor, mientras en lugar de unir
dividamos a su Iglesia, mientras en nombre de Dios nos levantemos contra los
demás y pongamos en la boca de Dios palabras que nos separan del amor fraterno,
no podemos decir que estemos viviendo conforme a su Evangelio, sino conforme a
nuestros caprichos e imaginaciones.
Con humildad seamos los primeros en hacer
nuestro el Evangelio del Señor, para después poder proclamarlo desde una vida
que manifieste que en verdad estamos en Comunión de Vida con Él y con su
Iglesia.
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