Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó
toda la noche en oración con Dios.
Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos,
a los que dio el nombre de Apóstoles: Simón, a quien puso el sobrenombre de
Pedro, Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás,
Santiago, hijo de Alfeo, Simón, llamado el Zelote, Judas, hijo de Santiago, y
Judas Iscariote, que fue el traidor.
Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus
discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de
Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, para escucharlo y hacerse
sanar de sus enfermedades. Los que estaban atormentados por espíritus impuros
quedaban sanos; y toda la gente quería tocarlo, porque salía de Él una fuerza
que sanaba a todos.
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
Jesús
subió a la montaña, subió a orar, a estar con su Padre. La montaña y la noche
están acostumbradas a escuchar las confidencias de Jesús y el Padre. Seguir a
Jesús es también orar, crecer en la amistad personal de Dios. ¿Qué dices a
Dios?
Jesús
busca colaboradores para su misión. Dios busca la cooperación de las personas.
Dios pide tu ayuda. ¿Para qué? Para predicar, es decir, para anunciar a las
personas el amor de Dios; también para expulsar demonios, es decir, para luchar
contra la injusticia, la mentira, el pecado... Para ser sacerdotes, laicos
comprometidos, religiosos… ¿Qué dices a Dios?
Jesús
marca un estilo de actuar. Podría haber actuado él solo, sin colaboradores,
pero prefiere llevar adelante su misión en comunidad. ¿Soy persona de comunidad
o tiendo al individualismo? ¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?
Señor,
tú llamaste a Abraham, a Moisés, a Samuel, a Jeremías... a cada uno lo
llamaste por su nombre.
Jesús,
tú también llamaste a tus apóstoles por su nombre.
Y a mí
también me llamas por mi nombre.
Dejo que resuene la
voz de Dios en mi corazón, llamándome por mi nombre.
Me
llamas por mi nombre, porque me conoces, me conoces mejor que yo mismo.
Conoces
mi capacidad de amar, de trabajar, de entregarme, de escuchar y compartir; esas capacidades que tú me diste y me ayudas a desarrollar, esas virtudes que alegran tu corazón.
Conoces
también mis miserias, mis egoísmos, mi individualismo, el orgullo que me aparta de ti y los hermanos.
Conoces
mi pobreza ¿y me sigues llamando?
Sí. Me
amas tal como soy y cuentas conmigo.
Y me
repites lo mismo que dijiste a San Pablo: tu fuerza
se muestra perfecta en mi debilidad.
A
través de mi pobreza se hace presente la grandeza de tu amor.
Señor,
ayúdame conocerme y amarme.
Dame
fuerza para responder a tu llamada. Amén.
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