Jesús dijo a los fariseos:
«¡Ay de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de la menta, de la ruda
y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios! Hay que
practicar esto, sin descuidar aquello.
¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar el primer asiento en
las sinagogas y ser saludados en las plazas!
¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven y sobre los
cuales se camina sin saber!»
Un doctor de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: «Maestro, cuando
hablas así, nos insultas también a nosotros».
Él le respondió: «¡Ay de ustedes también, porque imponen a los demás
cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo!»
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi
vida?
Qué fácil es decirle a alguien que es gente de Iglesia porque desembolsa
grandes cantidades de dinero en favor de la misma, o porque paga puntualmente
sus contribuciones a la Iglesia, o porque imparte pláticas y cursos como un
gran experto en la fe. Mientras todos estos actos sólo sean una especie de
paliativos a la conciencia para tratar de redimir con eso una vida desordenada
o degenerada, que no quiere abandonarse, las alabanzas y sonrisas y
agradecimientos que se reciban no servirán realmente de nada en la presencia de
Dios.
El Señor, además de las obras de caridad nos pide que no nos olvidemos
de la justicia y del amor de Dios. Que no sólo hablemos hermosa e
ilustradamente acerca de la fe para hacer comprender a los demás sus
compromisos de fe y de amor e invitarlos y obligarlos a amoldar su vida a
ellos, sino que seamos nosotros los primeros en asumir nuestras
responsabilidades en la fidelidad a la fe y al amor que proclamamos; de lo
contrario seríamos cristianos de fachada, hipócritas, sepulcros blanqueados,
aparentemente bellos, pero sólo por fuera, pues nuestro interior estaría lleno
de carroña y podredumbre.
Vivamos con lealtad nuestra fe en Cristo haciendo nuestros su Vida y su
Espíritu, y no nos conformemos pensando que ya estamos salvados por haber
ayudado a nuestro prójimo, o por haber anunciado el Nombre del Señor.
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