En cierta ocasión se presentaron unas personas que
comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilatos mezcló con
la de las víctimas de sus sacrificios. Él respondió:
«¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más
pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten,
todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que
murieron cuando se desplomó la torre de Siloé eran más culpables que los demás
habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten,
todos acabarán de la misma manera».
Les dijo también esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en
su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador:
"Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los
encuentro. Entonces córtala, ¿para qué malgastar la tierra?" Pero él
respondió: "Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor
de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la
cortarás"».
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
Jesús
no se cansa de hablar de la bondad de Dios. Pero no nos engaña. Habla claro.
Nos advierte. Podemos perder la vida si no acogemos su salvación, si no damos
frutos, si lo rechazamos, si vivimos de espaldas al hermano, si dejamos la
conversión para mañana... Muchas veces vivimos como si esta posibilidad no
existiera. ¿Eres consciente? ¿Qué le dices a Dios?
A veces
hasta los cristianos pensamos que los accidentes y las enfermedades son un
castigo de Dios por nuestros pecados. No es cierto. Jesús lo ha dejado claro:
¿pensáis que los que fueron aplastados eran más culpables que el resto? Os digo
que no.
Aquí
estoy, Señor, delante de ti, con mi presente y
con mi pasado a cuestas; con lo que he sido y
con lo que soy ahora; con todas mis
capacidades y todas mis limitaciones; con todas
mis fortalezas y todas mis debilidades.
Te doy
gracias por el amor con el que me has amado, y por
el amor con el que me amas ahora, a pesar de mis fallos.
Sé
bien, Señor, que por muy cerca que crea estar de Ti, por muy
bueno que me juzgue a mí mismo, tengo mucho que
cambiar en mi vida, mucho de qué
convertirme, para ser lo que Tú quieres que yo sea, lo que
pensaste para mí cuando me creaste.
Ilumina,
Señor, mi entendimiento y mi corazón, para que
Tú seas cada día con más fuerza, el dueño de mis
pensamientos, de mis palabras y de mis actos; para que
todo en mi vida gire en torno a Ti; para que todo en mi
vida sea reflejo de tu amor infinito, de tu
bondad infinita, de tu misericordia y tu compasión.
Dame,
Señor, la gracia de la conversión sincera y constante.
Dame,
Señor, la gracia de mantenerme unido a Ti siempre, hasta el
último instante de mi vida en el mundo, para luego
resucitar Contigo a la Vida eterna. Amén.
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