Jesús
dijo a sus discípulos:
Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y
recurre a él a medianoche, para decirle: «Amigo, préstame tres panes, porque
uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle», y desde
adentro él le responde: «No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis
hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos».
Yo les aseguro que aunque él no se levante para
dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le
dará todo lo necesario.
También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y
encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca,
encuentra; y al que llama, se le abrirá.
¿Hay entre ustedes algún padre que da su hijo una
serpiente cuando le pide un pescado? ¿Y si le pide un huevo, le dará un
escorpión?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a
sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquéllos que
se lo pidan!
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi
vida?
Posiblemente,
el pecado que más nos separa de Dios es el orgullo, la autosuficiencia, pensar
que podemos construir nuestra vida al margen de Dios, aunque de vez en cuando recemos
algo. Y el mejor remedio contra este pecado es la oración de petición,
continua, insistente... Sólo así nos daremos cuenta de que todo es gracia, todo
es don de Dios.
Nuestro
Padre celestial dará el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el don más grande,
más útil, más hermoso. Y Dios nos lo ofrece continuamente. Sin embargo, no
aspiramos a los dones mejores y pedimos muchas veces cosas que no nos
convienen, o que no nos darán la felicidad que busca nuestro corazón.
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