Jesús dijo a sus discípulos
Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya
estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta
que esto se cumpla plenamente!
¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo
que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una
familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra
el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la
madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
Este
Evangelio nos extraña. Parece que estas palabras no han podido salir de los
labios de Jesús. Sin embargo, pensemos por un momento en la vida del mismo
Señor: provocó divisiones: unos a su favor, otros en contra; unos lo querían
con locura, otros le odiaban a muerte.
Pensemos
también en la vida de los santos: su estilo de vida y sus palabras obligaban a
las personas a definirse, a favor o en contra.
Si
somos fieles a nuestra condición de bautizados, nos ocurrirá algo semejante.
Provocaremos divisiones, aunque no queramos.
“Señor,
prende el fuego de tu Espíritu en nuestros corazones el fuego
que purifique y queme toda maldad el fuego que
encienda el amor y la esperanza para que, también
nosotros, como tú y contigo llevemos el fuego de
tu Espíritu a nuestros hermanos, a nuestro mundo y a nuestra Iglesia”
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