Jesús
dijo:
¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si
en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes,
hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y sentándose sobre
ceniza. Por eso Tiro y Sidón, en el día del Juicio, serán tratadas menos
rigurosamente que ustedes.
Y tú, Cafarnaúm, ¿acaso crees que serás elevada
hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno.
El que los escucha a ustedes me escucha a mí; el
que los rechaza a ustedes me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a Aquél
que me envió.
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres
decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer
realidad este evangelio en mi vida?
Los prodigios, los
milagros no pueden ser ocasión de una curiosidad malsana acerca de Jesús. No
puede uno acercarse a Él únicamente para recibir sus favores. Si no hay un
auténtico compromiso de fe en Él lo demás sale sobrando, pues de nada nos
aprovecha en orden a nuestra salvación eterna.
El Hijo de Dios vino no
como un milagrero, sino como Salvador nuestro para conducirnos al Padre. Por
eso nos invita a la conversión y a la penitencia para que, unidos a Él
lleguemos a ser elevados a la participación de la Gloria que le corresponde
como a Hijo unigénito del Padre. Y ahora, en nuestros días, esta Misión el
Señor se la ha confiado a su Iglesia, de tal forma que por medio de ella el
mundo lo siga escuchando y experimentando el amor y la misericordia de Dios.
El Señor no quiere de
nosotros sólo el culto que le tributamos de un modo personal o junto con los
demás hermanos; no quiere que lo busquemos sólo para recibir sus favores y
después olvidarnos de Él; Él quiere que tengamos la apertura suficiente para
recibir su Vida y su Espíritu en nosotros y convertirnos en testigos suyos en
el mundo; esa es la vocación que tiene su Iglesia para llegar a la
participación de la vida divina de su Señor y no a su precipitación en el
abismo.
Mientras caminamos por
este mundo como testigos de Cristo y de su Obra salvadora, y sabiendo que somos
frágiles e inclinados al pecado, roguémosle al Señor que sea Él quien abra
nuestros corazones y nos conceda un sincero arrepentimiento para que, dejando
nuestra antigua situación de pecado, en adelante vivamos como hijos suyos. Así,
transformados en Cristo Jesús y hechos en Él hijos de Dios, esforcémonos en dar
a conocer al mundo entero el amor que Dios nos tiene, sabiendo que vamos no con
nuestro poder, ni apoyados sólo en lo erudito de nuestros estudios, sino como
testigos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
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