viernes, 3 de octubre de 2014

AY DE TI COROZAÍN, AY DE TI BETSAIDA


Jesús dijo:

¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y sentándose sobre ceniza. Por eso Tiro y Sidón, en el día del Juicio, serán tratadas menos rigurosamente que ustedes.

Y tú, Cafarnaúm, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno.

El que los escucha a ustedes me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a Aquél que me envió.


Palabra del Señor.

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Los prodigios, los milagros no pueden ser ocasión de una curiosidad malsana acerca de Jesús. No puede uno acercarse a Él únicamente para recibir sus favores. Si no hay un auténtico compromiso de fe en Él lo demás sale sobrando, pues de nada nos aprovecha en orden a nuestra salvación eterna.

El Hijo de Dios vino no como un milagrero, sino como Salvador nuestro para conducirnos al Padre. Por eso nos invita a la conversión y a la penitencia para que, unidos a Él lleguemos a ser elevados a la participación de la Gloria que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre. Y ahora, en nuestros días, esta Misión el Señor se la ha confiado a su Iglesia, de tal forma que por medio de ella el mundo lo siga escuchando y experimentando el amor y la misericordia de Dios.

El Señor no quiere de nosotros sólo el culto que le tributamos de un modo personal o junto con los demás hermanos; no quiere que lo busquemos sólo para recibir sus favores y después olvidarnos de Él; Él quiere que tengamos la apertura suficiente para recibir su Vida y su Espíritu en nosotros y convertirnos en testigos suyos en el mundo; esa es la vocación que tiene su Iglesia para llegar a la participación de la vida divina de su Señor y no a su precipitación en el abismo.

Mientras caminamos por este mundo como testigos de Cristo y de su Obra salvadora, y sabiendo que somos frágiles e inclinados al pecado, roguémosle al Señor que sea Él quien abra nuestros corazones y nos conceda un sincero arrepentimiento para que, dejando nuestra antigua situación de pecado, en adelante vivamos como hijos suyos. Así, transformados en Cristo Jesús y hechos en Él hijos de Dios, esforcémonos en dar a conocer al mundo entero el amor que Dios nos tiene, sabiendo que vamos no con nuestro poder, ni apoyados sólo en lo erudito de nuestros estudios, sino como testigos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.


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