Seguían a Jesús grandes multitudes, que llegaban de
Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania.
Al ver la multitud, Jesús subió a la montaña, se
sentó, y sus discípulos se acercaron a El. Entonces tomó la palabra y comenzó a
enseñarles, diciendo:
«Felices los que tienen alma de
pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra
en herencia.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia,
porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán
misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque
verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán
llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la
justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y
perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes
tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los
profetas que los precedieron».
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer
realidad este evangelio en mi vida?
En la
solemnidad de Todos los Santos, la Iglesia nos ofrece como Evangelio este texto
único de las Bienaventuranzas, que bien se pueden llamar el corazón de la
Biblia. Son un retrato de Jesús: fue pobre materialmente y se sintió pobre y
necesitado de su Padre del cielo, lloró con los que lloraban, fue sufrido...
Podemos dedicar un rato de nuestra oración saboreando los momentos de la vida
de Jesús que nos vengan a la cabeza cuando leamos cada bienaventuranza.
Jesús
quiere que seamos bienaventurados, felices, dichosos. Y nos marca un camino.
Damos una mirada a nuestra vida. Hay bienaventuranzas que vivimos más y podemos
dar gracias por ello. Otras nos cuentan mucho, pedimos fuerza, para hacerlas
vida cada día un poco más
Finalmente
recordamos a personas que se acercaron mucho al retrato de las
bienaventuranzas. Algunas viven cerca de nosotros, otras, han muerto ya y
disfrutan de la bienaventuranza, de la felicidad eterna. Otras están
canonizadas, en los altares de las iglesias. Damos gracias por todo lo que nos
aportaron y nos siguen aportando.
Gracias,
Señor, por todas las personas humildes y limpias de corazón, que se fían de
Dios; por las que comparten con misericordia las lágrimas de los tristes y se
duelen con las injusticias; por las que tienen hambre de justicia y trabajan
por la paz; aunque sean incomprendidas y perseguidas.
Gracias,
Señor, porque crees en mis posibilidades de mejorar y me llamas para que avance
por el camino del Evangelio, camino de la santidad. Con la ayuda de la
comunidad y la fuerza del Espíritu, con el ejemplo de los santos y de tantas
personas buenas, crecerá mi amor a Ti y a cuantos me rodean.
Dichosos
quienes mantienen sus lámparas encendidas y las comparten y llevan bien altas para que alumbren
y guíen a quienes andan a ras de tierra sin
ellas, perdidos entre laberintos, heridas y quejas.
Dichosos
quienes permanecen en vela, con el espíritu en ascuas y el cuerpo en forma, y están siempre despiertos y atentos para quien llega
a medianoche, de madrugada o cuando el sol
calienta.
Dichosos
quienes se comparten y entregan, y son fieles a mi deseo y palabra más sincera y saben vivir como hijos y hermanos, tengan cargos o sólo mandatos en su haber humano.
Dichosos
quienes no buscan quedar bien, ni excusa en el cansancio, la edad y la dignidad,
ni en el tiempo que pasa, ni en el premio que
se retarda, y mantienen su
entrega para quienes los necesitan.
Dichosos
quienes, estén dentro o fuera, no tienen miedo a tormentas ni a sequías, ni a huracanes, ni a calmas sin brisa,
y mantienen abierta su choza o su casa
solariega.
Dichosos quienes no les importa ser pocos y, menos aún, quedarse sin nada, porque saben que el Padre está con ellos y les ama, y les regala cada día lo necesario para el camino.
Dichosos quienes no les importa ser pocos y, menos aún, quedarse sin nada, porque saben que el Padre está con ellos y les ama, y les regala cada día lo necesario para el camino.
Dichosos
quienes respetan y sirven sin queja a sus hermanos, aunque les sean extraños, y quienes ni comen ni engordan sus cuentas
a costa de otros pueblos y de sus ciudadanos.
Dichosos
quienes se saben enviados y se sienten, sin agobio, responsabilizados,
y aceptan ser hijos y hermanos de todos, y al servir no se sienten humillados.
¡Dichosos mis discípulos!
y aceptan ser hijos y hermanos de todos, y al servir no se sienten humillados.
¡Dichosos mis discípulos!
¡Dichosos
vosotros! ¡Dichosos
quienes necesitan vuestro servicio!
Amén
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