Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales
fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Y al notar cómo los invitados
buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola:
«Si te invitan a un banquete de bodas, no te
coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra
persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos,
tenga que decirte: "Déjale el sitio", y así, lleno de vergüenza,
tengas que ponerte en el último lugar.
Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en
el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga:
"Amigo, acércate más", y así quedarás bien delante de todos los
invitados. Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será
elevado».
Palabra del Señor
Medita
lo que Dios te dice en el Evangelio
“…Para que, cuando venga el que te invitó, te diga:
‘Amigo, acércate a la cabecera’”. En esta frase se encuentra condensado todo el
sentido del Evangelio de hoy. Cristo quiere decirnos que el honor más grande en
la vida cristiana no consiste en un puesto. Él mismo es el mayor honor que
podemos tener en la vida.
El Señor nos ha invitado a un banquete de bodas, y
lo propio de una invitación es ser gratuita. Sólo los novios tienen el
“derecho” de la fiesta, todos los demás participan porque han pensado en ellos.
La invitación se recibe por razón de un amor o una amistad particular, sin
fijarse en méritos. Dios nos ha invitado a las bodas de su Hijo, y ya eso es
honor suficiente para cada bautizado. ¡Si pensáramos qué dignidad ser invitados
especiales de Dios!
Conforme hemos crecido en la vida cristiana, Dios
ha pasado por cada una de las mesas y a cada uno nos dice las mismas palabras: “Amigo, acércate a la cabecera”.
Nos llama amigos, ¡sus amigos íntimos!, y nos da un honor aún más grande:
acercarnos a la cabecera. De nuevo, no se trata de un puesto, sino de estar
cerca de Él. Y aquí termina la parábola; la realidad es mucho más maravillosa
porque Cristo nos invita a la cabecera en cada comunión, y ya no es Él solo el
novio de las bodas. Se convierte en nuestro alimento, nos da el lugar
principal, porque quiere que cada cristiano participe de la misma alegría que
Él siente. Y quiere que la experimentemos desde dentro, en el fondo de nuestro
corazón.
“El que se humilla, será engrandecido”. Aquí es
donde la humildad brilla con mayor claridad aún. Al inicio de la misa
reconocemos nuestro pecado y pedimos perdón por ofender a un Dios que nos ha
dado tanta dignidad. ¡Cuánto nos ha engrandecido el Señor, sabiendo que como
hombres pecadores éramos los últimos, los más indignos de su predilección!
Cuánta gratitud y humildad debe surgir en nuestra alma cada vez que nos
acercamos al Banquete del Señor.
“Con esta recomendación, Jesús no pretende dar
normas de comportamiento social, sino una lección sobre el valor de la humildad.
La historia enseña que el orgullo, el arribismo, la vanidad y la ostentación
son la causa de muchos males. Y Jesús nos hace entender la necesidad de elegir
el último lugar, es decir, de buscar la pequeñez y pasar desapercibidos: la
humildad. Cuando nos ponemos ante Dios en esta dimensión de humildad, Dios nos
exalta, se inclina hacia nosotros para elevarnos hacia Él”
Diálogo
con Cristo
Ésta es la parte más
importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te
ama.
Propósito
Proponte uno personal.
El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios
te pide, vive lo que se te sugiere a continuación…
Voy a preparar mi alma para la misa del domingo. Si
veo que no estoy en buena condición espiritual, buscaré la confesión, o bien,
dedicaré un rato especial de oración, hoy, para ser consciente del don de la
Eucaristía.
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios,
a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia. Ruega
por nosotros.
Amén
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