Un sábado, Jesús enseñaba en una sinagoga. Había
allí una mujer poseída de un espíritu, que la tenía enferma desde hacía
dieciocho años. Estaba completamente encorvada y no podía enderezarse de
ninguna manera. Jesús, al ver la, la llamó y le dijo: «Mujer, estás sanada de
tu enfermedad», y le impuso las manos.
Ella se enderezó en seguida y glorificaba a Dios.
Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había sanado en sábado,
dijo a la multitud: «Los días de trabajo son seis; vengan durante esos días
para hacerse sanar, y no el sábado».
El Señor le respondió: «¡Hipócritas! Cualquiera de
ustedes, aunque sea sábado, ¿no desata del pesebre a su buey o a su asno para
llevarlo a beber? Y esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo aprisionada
durante dieciocho años, ¿no podía ser liberada de sus cadenas el día sábado?»
Al oír estas palabras, todos sus adversarios se
llenaban de confusión, pero la multitud se alegraba de las maravillas que Él
hacía.
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi
vida?
Jesús no ha perdido su fuerza para curar de todo
aquello que nos hace ir encorvados. ¿Qué dobla tu espalda? ¿La desesperanza, el
egoísmo, la búsqueda insaciable de placer, de honores, de reconocimientos…?
Pide al Señor que te cure.
La mujer al verse curada, glorificaba a Dios. A ti Dios también te ha curado de muchos males. ¿Los recuerdas? Glorifica, alaba, da gracias a Dios.
La mujer al verse curada, glorificaba a Dios. A ti Dios también te ha curado de muchos males. ¿Los recuerdas? Glorifica, alaba, da gracias a Dios.
Bendice, alma mía, al Señor, desde el fondo de mi
ser.
Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus
muchos beneficios.
Bendice, alma mía, al Señor, porque él ha sido
grande conmigo.
Bendice, alma mía, al Señor, porque ha llenado de
paz mi vida.
El Señor te ha perdonado todas tus culpas; te ha
limpiado.
El Señor te ha curado de todas tus dolencias; te ha
sanado.
El Señor te ha sacado de lo profundo de la fosa; te
ha liberado.
El Señor te ha puesto en pie después de la caída; te
ha rescatado.
El amor del Señor, alma mía, es más alto que los
cielos.
El amor del Señor, alma mía, es más grande que los
mares.
El amor del Señor, alma mía, es más fuerte que las
montañas.
El amor del Señor, alma mía, es más firme que
nuestras rebeldías.
Bendice alma mía, al Señor, por la ternura de sus
manos.
Bendice, alma mía al Señor, que es más bueno que una
madre.
Bendice, alma mía, al Señor, que él sabe de lo
frágil de nuestro barro.
Bendice, alma mía, al Señor, que él comprende
nuestro corazón enfermo.
Bendice, alma mía, al Señor, unida al coro de sus
ángeles.
Bendice, alma mía, al Señor, en medio de la asamblea
congregada.
Bendice, alma mía, al Señor, el único Dueño de la
Historia.
Bendice, alma mía, al Señor, en todos los lugares de
su señorío.
Bendice, alma mía, al Señor: alábale de todo corazón
Bendice, alma mía, al Señor: su amor sin límites merece
nuestro canto
Una vez más aparecen los defensores de la ley. Mejor
dicho, entran en escena los que manipulan la ley para atacar a Jesús. Sin
embargo Jesús no se acobarda. La ley está al servicio del bien de las personas.
Nada hay más valioso en el mundo que un ser humano.
Amén
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