Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y
de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a
gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente
atormentada por un demonio». Pero Él no le respondió nada.
Sus discípulos se acercaron y le pidieron: «Señor,
atiéndela, porque nos persigue con sus gritos».
Jesús respondió: «Yo he sido enviado solamente a
las ovejas perdidas del pueblo de Israel».
Pero la mujer fue a postrarse ante El y le dijo:
«¡Señor, socórreme!»
Jesús le dijo: «No está bien tomar el pan de los
hijos, para tirárselo a los cachorros».
Ella respondió: «¡Y sin embargo, Señor, los
cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!»
Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu
fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» y en ese momento su hija quedó sana.
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi
vida?
“Ten compasión de mí, Señor” Es una oración
sencilla, pero muy rica. Con pocas palabras reconocemos nuestra pobreza,
expresamos confianza en Dios y nos preparamos para poder recibir el don de
Dios. ¡Que bien nos haría repetir muchas veces esta oración!
Jesús pone a prueba la fe de aquella mujer. Primero
se calla y después contesta con dureza: “No está bien echar a los perros el pan
de los hijos”. Pero la fe de la mujer se crece ante la aparente frialdad del
Maestro. AL final, Jesús la premia con un piropo: “Mujer, que grande es tu fe”
y con la curación de su hija.
La fe crece en el silencio de Dios y madura cuando
parece que Él sólo se acuerda de nosotros para maldecirnos. Por eso el silencio
y la cruz también pueden ser don de Dios, bendición de Dios. Cuando pasan estos
“malos-buenos” momentos nos damos cuenta de Dios también muestra su amor en el
silencio y el dolor.
¿Cuál es tu experiencia? ¿Qué dices a Dios?
Era
mujer, extranjera, y madre sufriente viendo cómo estaba lo que más quería, la hija nacida de sus entrañas.
El
evangelista nos narra, sin eufemismos ni edulcorantes, su encuentro contigo cuando saliste de las fronteras patrias.
Su
lectura siempre me intriga y sorprende, y me
deja con la sensación de no entender nada.
Más no
quiero que me lo expliquen, ni que
me lo maticen,
ni que me lo contextualicen poniéndote
aureola de luces, Señor.
La
escena perdería su encanto, y no
rompería nuestros esquemas respecto
a lo divino y a lo humano.
Así,
tal como nos la han transmitido, suena a
escándalo,
pero quizá sólo así sea manantial de gracia y un gran regalo.
Porque,
¿qué es, sino gracia, lo que esa madre cananea nos enseña con su actitud y fe?
¿Qué
es, sino gracia,
ver cómo podemos influirte?
¿Qué
es, sino gracia,
descubrir la fuerza de nuestra oración?
¿Qué es,
sino gracia
constatar cómo tú cambias ante
nuestra testaruda insistencia?
¿Qué
es, sino gracia,
percibir que nunca están las puertas de tu corazón cerradas?
¿Qué
es, sino gracia,
terminar siendo tratados como hijos aunque seamos extranjeros?
¿Qué
es, sino gracia,
saber que hasta los "perrillos" tienen alimento y derecho en casa?
¡Que no me cambien ni expliquen este evangelio!
¡Que no me cambien ni expliquen este evangelio!
Quiero
sentir el escándalo de tu propio proceso divino y
humano.
Amén
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