Trajeron a unos niños a Jesús para que les
impusiera las manos y orara sobre ellos. Los discípulos los reprendieron, pero
Jesús les dijo: «Dejen a los niños, y no les impidan que vengan a mí, porque el
Reino de los Cielos pertenece a los que son como ellos».
Y después de haberles impuesto las manos, se fue de
allí.
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi
vida?
Jesús es feliz en medio de los que no cuentan. En
aquel momento y en aquella tierra los niños eran poco más que una propiedad del
padre.
“Señor, enséñanos a amar a todos, especialmente a
los últimos”
Quizá los discípulos piensan que los niños van a ser
un estorbo para poder estar tranquilamente con Jesús. Sin embargo, la realidad
que el Maestro pone de manifiesto es otra bien distinta: los discípulos son un
estorbo para que los niños se encontrarán con Él.
“A veces soy un estorbo para que otros se encuentren
contigo, perdóname y enséñame a atraer a todos hacia ti.
De los que son como los niños es el Reino de los
cielos. Los niños se saben necesitados, saben pedir con humildad, disfrutan de
las pequeñas alegrías, inspiran ternura...
¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?
Señor,
concédeme el don de ser niño y poder
descansar en tu regazo sin vergüenza y sin miedo, pues a
medida que crecemos otros intereses nos hacen olvidar que la confianza y la ternura son
imprescindibles para madurar y recorrer tus caminos.
Concédeme
el don de ser niño para saber mirar a los demás con cariño y transparencia, pues el
paso de los años
va cargando nuestra vida de
suspicacias, temores y envidias que
doblan nuestra la espalda y
tensionan nuestras entrañas.
Concédeme el don de ser niño para confiar en los demás y compartir gratuitamente, con generosidad y limpieza, lo que de ti recibo, cada día, para ser feliz; pues el egoísmo, la avaricia y las comparaciones apagan todas las estrellas y encienden nuestras más oscuras vanidades.
Concédeme el don de ser niño para confiar en los demás y compartir gratuitamente, con generosidad y limpieza, lo que de ti recibo, cada día, para ser feliz; pues el egoísmo, la avaricia y las comparaciones apagan todas las estrellas y encienden nuestras más oscuras vanidades.
Concédeme
el don de ser niño; quítame todo lo que me impide
llegar a ti
y me aleja de quienes son niños y van
llenos de carencias y necesidad; quítame
la desconfianza, la doblez y el orgullo que no
acepta perderse entre los más pobres.
¡Que
recupere, en el cuerpo y en el espíritu, la
maleabilidad de la niñez para servir!
¡Vuélveme
niño otra vez!
Y si
así no logro alcanzarte o no logras retenerme, o no me dejo querer, o no aprendo o servir, o creo
que soy más y mejor, o no me doy a los que tú quieres, vuélvete, Señor, a mí y
háblame como una madre habla a su bebé.
Amén
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