Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos:
Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de
Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen
por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas, difíciles de
llevar, y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no
quieren moverlas ni siquiera con el dedo.
Todo lo hacen para que los vean: agrandan las
filacterias y alargan los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros
puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser
saludados en las plazas y oírse llamar "mi maestro" por la gente.
En cuanto a ustedes, no se hagan llamar
"maestro", porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son
hermanos. A nadie en el mundo llamen "padre", porque no tienen sino
uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco "doctores",
porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.
El mayor entre ustedes será el que los sirve,
porque el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado.
Palabra del Señor
Padre mío, te pido que me libres de toda presunción e hipocresía. Tú sólo debes ser el centro de mi vida. Ilumina mi oración, soy tuyo y por este amor quiero servir a los demás.
Padre, que nuestro
testimonio de cristianos sea coherente entre lo que decimos y predicamos y lo
que en realidad ponemos en práctica.
Medita lo que Dios te
dice en el Evangelio.
Qué actitud tengo ante
los demás.
En el texto del Evangelio de hoy, Jesús condena la
incoherencia y la falta de sinceridad en la relación con Dios y con el prójimo.
Está hablando contra la hipocresía tanto de los escribas y los fariseos de
aquel tiempo como de nosotros, hoy.
El error básico: dicen y no hacen. Jesús se dirige a la multitud y hace ver la
incoherencia entre palabra y práctica. Hablan y no practican. A pesar de todo, Jesús reconoce la
autoridad y el conocimiento de los escribas. Están sentados en la cátedra de Moisés. Por esto, haced y observad todo
lo que os digan. Pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Jesús
enumera varios puntos que revelan una incoherencia: Algunos escribas y fariseos
imponen leyes pesadas a la gente. Conocían bien las leyes, pero no las
practicaban, ni usaban su conocimiento para aliviar la carga de la gente.
Hacían todo para ser vistos y elogiados, usaban túnicas especiales para la
oración, les gustaba ocupar sitios importantes y ser saludados en la plaza
pública. Querían ser llamados ¡“Maestro”¡ Representaban un tipo de comunidad
que mantenía, legitimaba y alimentaba las diferencias de clase y de posición
social. Legitimaba los privilegios de los grandes y la posición inferior de los
pequeños. Ahora, si hay una cosa que a Jesús no le gusta son las apariencias
que engañan.
¿Cómo combatir esta incoherencia? ¿Cómo debe ser
una comunidad cristiana? Todos los trabajos y responsabilidades de la ida en
común deben ser asumidos como un servicio: El mayor entre vosotros será vuestro servidor. A nadie hay que
llamar maestro (rabino), ni padre, ni guía. Pues la comunidad de Jesús debe
mantener, legitimar, alimentar no las diferencias, sino la fraternidad. Ésta es
la ley primordial: Ustedes son
hermanos y hermanas. La fraternidad nace de la experiencia de que
Dios es Padre, y que hace de todos nosotros hermanos y hermanas. Pues, el que se ensalce será humillado, y el
que se humille será ensalzado.
Rabino, guía, maestro,
padre. Son
los cuatro títulos que Jesús no permite que la gente use. Y sin embargo, hoy en
la Iglesia, los sacerdotes son llamados «padre». Muchos estudian en las universidades
de la Iglesia y obtienen el título de «Doctor» (maestro). Mucha gente tiene
dirección espiritual y se aconseja con las personas que son llamadas
«directores espirituales» (guía). Lo que importa es que se tenga en cuenta el
motivo que llevó a Jesús a prohibir el uso de estos títulos. Si son usados para
que una persona se afirme en una posición de autoridad y de poder, de vanidad y
egoísmo… son mal usados y esta persona se merece la crítica de Jesús. Si son
usados para alimentar la fraternidad y el servicio y para profundizar en ellos,
no son criticados por Jesús.
Todo esto nos puede llevar a plantearnos preguntas
como éstas: ¿Cuáles son las motivaciones que tengo para vivir y trabajar en la
Iglesia, en la comunidad, en mi trabajo? ¿Cuál es mi actitud? ¿Servicio, amor o
presunción, dominación? ¿Cómo la comunidad, mis amigos, familiares, compañeros
me ayudan a corregir y mejorar mis motivaciones?
«Decía san Francisco a
sus hermanos: Predicad siempre el Evangelio y, si fuera necesario, también con
las palabras. No hay testimonio sin una vida coherente. Hoy no se necesita
tanto maestros, sino testigos valientes, convencidos y convincentes, testigos
que no se avergüencen del Nombre de Cristo y de su Cruz ni ante leones
rugientes ni ante las potencias de este mundo.»
Claras y duras son las palabras de Nuestro Señor en este pasaje. Su estilo transparente puede hacernos sentir algo "incómodos" y es que, no habrá en la historia de la humanidad hombre tan coherente como lo fue Jesús, el único. Que nos puede advertir acerca de la hipocresía con justa razón. ¡Cuántas veces nos muestra a lo largo de los Evangelios su descontento con los hipócritas! ¡Cuántas veces nos exhorta a no ser como ellos! Y es que el Señor sabe muy bien cuánto daño hace la hipocresía en nuestro trabajo con los demás, y cuántas almas permanecen cerradas al amor de Dios porque no ven en nuestro testimonio de cristianos una coherencia entre lo que decimos y predicamos y lo que en realidad ponemos en práctica.
"Haced y cumplid lo que os digan, pero no
hagáis lo que hacen..." ¡Qué actual es esta recomendación que nos da el
Señor! ¡Cuánto nos cuesta a los soberbios aceptar estas palabras! ¿Por qué
desoímos tantas veces lo que el Señor nos pide a través de su Palabra? ¿No será
para justificarnos en la incoherencia de los demás? "No juzguéis y no
seréis juzgados" dice el Señor. Mejor sería que pusiéramos en práctica
todo lo que el Señor nos va pidiendo sin esperar nada de los demás, sin olvidar
que el instrumento es pequeño.
Así pues, levantemos la mirada del horizonte y
miremos en vertical, porque es de Dios y para Dios todo en nuestra vida. No
justifiquemos nuestros errores en los errores de los demás, pues nuestro único
modelo debe ser Jesús, en Él debemos fijar todas nuestras metas. Ante Él la
verdad y la autenticidad permanecen, todo lo demás es desechado. Continúa el
pasaje: “uno sólo es vuestro Padre, el del cielo." Dice la canción:
"¡Dios es mi Padre, qué feliz soy!"
Realmente es así de sencillo y de maravilloso,
pero, ¿cuándo vamos a creer del todo estas palabras? ¿Cuándo vamos a
interiorizarlas y a asumir la grandeza de este hecho? Porque si Dios es mi
Padre, me conoce totalmente, me cuida, se preocupa por mí, le interesa lo que a
mí me interesa, vela por mi vida, por mi bien, me da lo que necesito... Con
Jesús descubrimos que Dios no es un Padre autoritario ni justiciero, sino
amoroso y misericordioso que me ha amado y me ha creado y, así, mi vida cobra
un sentido, mi vida no es un absurdo. Podemos llegar aún más lejos: si Dios es
mi Padre, entonces Él tiene que encontrar en mí signos de que yo soy su hijo,
pues los padres y los hijos se parecen.
Que Dios sea todo en nuestra vida. No justifiquemos
nuestros errores en los errores de los demás.
Jesús mío, meditando tu Evangelio, me doy cuenta de
que frecuentemente me preocupo de cosas sin importancia, olvidando lo que debe
ser mi principal preocupación: corresponder a tu amor. Mi fe no se manifiesta
en ritos o devociones, sino en mis actos concretos de amor a Dios y a los
demás. Ayúdame, dame tu gracia, para que sepa amar, dejando a un lado toda
vanidad y deseo de aparecer.
Amén
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