miércoles, 31 de agosto de 2016

JESÚS INCREPO A LA FIEBRE Y ESTA DESAPARECIÓ



Al salir de la sinagoga, Jesús entró en la casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella. Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y ésta desapareció. En seguida, ella se levantó y se puso a servirlos.

Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los llevaron, y Él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba. De muchos salían demonios gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!» Pero Él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías.

Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se alejara de ellos. Pero Él les dijo: «También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado».

Y predicaba en las sinagogas de toda la Judea.



Palabra del Señor

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


Esta página del Evangelio tiene el color del éxito. Jesús cura a la suegra de Pedro e inmediatamente se puso a servirles. El servicio es signo de salud, de salvación. Y el servicio es fuente de alegría. Damos gracias porque hoy sigue curándonos y le pidamos que nos conceda ser más serviciales.

Te doy gracias de todo corazón,

Señor, Dios mío, te diré siempre que tú eres amigo fiel.

Me has salvado del abismo profundo, y he experimentado tu misericordia.

Me has librado de los lazos de la tentación, y he experimentado tu misericordia.

Me has hecho revivir, volver al camino, y he experimentado tu misericordia.

Has curado la fiebre que me impide servir a los hermanos.

Has abierto mis ojos y mis oídos para ver y escuchar a quién me necesita.

Sigue protegiendo mi vida. Sálvame. Confío en ti.

Señor, yo me alegro, porque eres un Dios compasivo.

Me alegro porque eres piadoso y paciente.

Me alegro porque eres misericordioso y fiel.

Señor, mírame. Ten compasión de mí. Dame fuerza.

Protege mi vida. Sálvame. Confío en ti.

Tú, Señor, siempre estás pronto a ayudarme y a animar mi corazón cuando decae.

Tú, Señor, toma mi corazón de barro y moldéalo según la grandeza de tu misericordia.

Protege mi vida. Sálvame. Confío en ti.

Al día siguiente, cuando se hizo de día, salió a un lugar solitario. Jesús necesita de la soledad, del silencio, para encontrarse con su Padre, para ser fiel a su misión. Reza cuando cosecha fracasos y cuando es aclamado por todos, cuando truena y cuando hace sol.

¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Dan con él y quieren retenerlo. Pero Jesús tiene claro que ha de cumplir su misión: tiene que anunciar el Evangelio en los otros pueblos.

Hemos de tener cuidado. Es muy fácil perder el rumbo de la misión que Dios da a cada uno. Si fracasamos, tenemos la tentación de abandonarla. Si tenemos éxitos, podemos modificarla para evitar la dificultad y la cruz.

“Señor, haznos fieles, frente al éxito y al fracaso”

“Corrige el rumbo de nuestra misión cuando se desvía”

“A veces queremos retener a los demás en nuestro favor. Perdona

Amén

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