Jesús se dirigió a los sumos sacerdotes y fariseos,
diciendo esta parábola:
El Reino de los Cielos se parece a un rey que
celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a
los invitados, pero éstos se negaron a ir.
De nuevo envió a otros servidores con el encargo de
decir a los invitados: «Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis
terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas». Pero
ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a
su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los
mataron.
Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus
tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego
dijo a sus servidores: «El banquete nupcial está preparado, pero los invitados
no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los
que encuentren».
Los servidores salieron a los caminos y reunieron a
todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de
convidados.
Cuando el rey entró para ver a los comensales,
encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. «Amigo, le dijo, ¿cómo
has entrado aquí sin el traje de fiesta?» El otro permaneció en silencio.
Entonces el rey dijo a los guardias: «Átenlo de pies y manos, y arrójenlo
afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes».
Porque muchos son llamados, pero pocos son
elegidos.
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi
vida?
Muchas veces pensamos que Dios sólo llama para
complicarnos la vida. Sin embargo, la llamada de Dios es ante todo una
invitación a participar en un banquete suculento, donde no falta ningún manjar.
“Gracias Señor por dudar de tu generosidad”
“Enséñanos a mostrar también la cara más amable de
tu Evangelio”
En bastantes ocasiones reaccionamos como los
senadores y sumos sacerdotes de la parábola. Ponemos excusas: soy demasiado
joven, tengo mucho trabajo, tengo que preparar un examen, ahora me voy a casar,
tengo que atender a mis hijos, ahora no tengo fuerzas... Encontramos excusas
hasta debajo de las piedras. Pedimos perdón.
Y cuando acudimos a la llamada del Señor, ¿vamos con
el vestido de fiesta? San Pablo nos recuerda cuál es el traje de gala del
cristiano: “Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de
entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia... Y por
encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección.”¿Cómo
es tu traje de fiesta? ¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?
Señor,
Tú te acercas cada día y nos llamas, nos
invitas a disfrutar en el mejor banquete.
Compartes
con nosotros el vino de la alegría.
Quieres
alimentarnos con el pan de tu amor.
Y
nosotros sacamos excusas y no acudimos.
Tenemos
muchas cosas importantes que hacer.
Creemos
que tu banquete es aburrido.
Despreciamos
lo que más necesitamos.
Señor,
danos un corazón inteligente y sabio, que
sepa reconocer donde la verdadera alegría.
Danos
un corazón sencillo y acogedor, que
sepa recibir el amor que nos ofreces gratis.
Señor, danos un corazón generoso y misionero, para salir a las calles, plazas, cruces y caminos e invitar a todos al banquete que has preparado, al banquete de bodas, que algún día será eterno.
Señor, danos un corazón generoso y misionero, para salir a las calles, plazas, cruces y caminos e invitar a todos al banquete que has preparado, al banquete de bodas, que algún día será eterno.
Amén
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