Los discípulos se acercaron a Jesús para
preguntarle: «¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?»
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y
dijo: «Les aseguro que si ustedes no cambian y no se hacen como niños, no
entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como
este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos. El que recibe a uno de
estos pequeños en mi Nombre me recibe a mí mismo.
Cuídense de despreciar a cualquiera de estos
pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente
en presencia de mi Padre celestial.
¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y
una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña,
para ir a buscar la que se extravió? y si llega a encontrarla, les aseguro que
se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron. De
la misma manera, el Padre de ustedes que está en el cielo no quiere que se
pierda ni uno solo de estos pequeños».
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi
vida?
Conocemos bien la historia de Jesús. Hemos leído
muchas veces el Evangelio. Ya no nos sorprende que a Jesús lo llamaran Belcebú
por expulsar demonios, y que a cambio de una vida entregada a los demás le
dieran una cruz, tres clavos y una muerte cruel.
Sin embargo, nos sorprende mucho que cuando nos
decidimos a hacer algo por la parroquia, por los pobres, por la comunidad de
vecinos... comenzamos a recibir críticas injustas, malas caras,
desprecios. Jesús nos advierte de esta realidad, para que no nos coja
desprevenidos.
Pero, sobre todo, nos llama a la confianza. Dios
cuida de nosotros, nos ama con todo el corazón. Ni siquiera se cae un cabello
de nuestra cabeza sin que Dios lo permita. Es nuestro mejor seguro. Nunca nos
fallará. Está de nuestra parta
¿Cómo te sientes cuando pagan tu compromiso con desprecios?
¿Cómo te sientes cuando pagan tu compromiso con desprecios?
Pedimos a Dios que nos conceda ser fieles a la
misión en esos momentos.
Damos gracias a Dios porque está siempre pendiente
de nosotros.
Pedimos perdón por nuestra falta de confianza.
Santa Edith Stein (Teresa Benedicta de la Cruz).
Judía de nacimiento, agnóstica en su juventud, abraza la fe católica ya siendo
profesora de universidad y reconocida filósofa. Entra en las Carmelitas
Descalzas y muere víctima de los nazis en Aushwitz. Canonizada por Juan Pablo
II el 11 de Octubre de 1998. Compartimos una oración al Espíritu Santo,
compuesta por ella:
¿Quién
eres tú, dulce luz, que me llena e
ilumina la oscuridad de mi corazón?
Me
conduces como una mano maternal y si te
consintieras irte de mí no sabría como dar un paso más.
Tú eres
el espacio
que abraza mi existencia y la sepulta en Ti lejos de Ti se hunde en el abismo de la
nada, desde donde la elevaste a la luz Tú, más
cerca de mí que yo a mí mismo y más
íntimo que mi más profundo interior todavía implacable e intangible y más
allá de todo nombre:
¡Espíritu
Santo amor eterno!
¿No
eres acaso el dulce maná que del
corazón del Hijo
se desborda hacia mi corazón, el
alimento de los ángeles y los santos?
Él, que
se elevó a sí mismo de la muerte a la vida, Él también me ha despertado a una nueva vida del sueño de muerte.
Y me da
una nueva vida día a día y a
veces, su plenitud fluye a través mí vida de tu vida realmente, Tú mismo:
¡Espíritu
Santo, vida eterna!
¿Eres
tú el rayo
que destella desde el trono del Juez eterno e irrumpe en la noche del alma que
nunca se ha conocido a sí misma?
Misericordiosamente,
implacable
penetra en todo rebaño escondido alarmado
de verse a sí mismo, el yo hace espacio para el santo
miedo, el principio de esa sabiduría que
viene de lo alto
y nos ancla firmemente en las alturas.
Tú
acción,
que nos crea nuevos:
¡Espíritu
Santo, rayo que penetra todas las cosas!
¿Eres
tú la plenitud del Espíritu y el
poder por el que el Cordero abrió los sellos del eterno mandato de Dios?
Conducido
por Ti los mensajeros del juicio recorren el mundo y separan con una filuda espada el
reino de la luz del reino de la noche el
cielo se renueva y la tierra se renueva y todo
encuentra su lugar.
A
través de su aliento:
¡Espíritu
Santo, poder victorioso!
¿Eres
Tú el maestro que construye la catedral eterna, que se eleva desde la tierra hasta los cielos? Animados por Ti, las columnas son erigidas hasta lo alto y se paran inmóvilmente firmes.
Marcados
con el nombre eterno de Dios, se
estiran hacia la luz sosteniendo el domo que
corona la santa catedral tu
trabajo que circunda el mundo:
¡Espíritu
Santo, mano de Dios que moldea!
¿Eres
Tú aquel que creó el claro espejo junto
al trono del Todopoderoso como un mar de cristal en el
que la divinidad amorosamente se completa a sí misma?
Tú te
doblas ante el más recto trabajo de tu creación, y radiantemente tu mirada penetrante es iluminada en recompensa y de
todas las criaturas, la belleza pura se junta en una en la amorosa forma de la Virgen, tu novia inmaculada:
¡Espíritu
Santo, Creador de todo!
¿Eres
tú la dulce melodía del amor y de
Santa reverencia
que eternamente resuena alrededor del trono trino, que une a sí misma en el campaneo de todos y cada uno de los seres?
La
armonía
que junta a los miembros con la cabeza en el que cada uno encuentra el misterioso significado de su bendita existencia y alegremente ondea hacia delante libremente
disuelto en tu ondear:
¡Espíritu
Santo, júbilo eterno!
Amén
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