Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación,
llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la
Ley: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor». También debían ofrecer
en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley
del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y
piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le
había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por
el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño
para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos
y alabó a Dios, diciendo:
«Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has
prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de
todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu
pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.
Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa
de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a
ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente
los pensamientos íntimos de muchos».
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
Pueden ayudar estas ideas:
Simeón
aguardaba el Consuelo de Israel. Llevaba esperando muchos años, quizá
toda su vida. Esperaba en Dios, esperaba en las promesas que Dios había hecho
al pueblo, esperaba al Mesías, esperaba... Y nosotros ¿esperamos? ¿o queremos
las cosas ya, en el momento en el que las deseamos? Tenemos demasiada prisa.
Sin embargo, el crecimiento personal y la relación con Dios y con los
hermanos requieren tiempo, crecen en la espera.
Hay
deseos y deseos... Simeón esperaba ver al Mesías. Y a ti ¿Qué te gustaría ver?
¿Qué esperas con todo el corazón? A veces, nuestros deseos son mezquinos.
Pedimos a Dios que purifique y ensanche nuestros deseos.
"Luz
para alumbrar a las naciones". Jesús es la luz. Y nosotros cristianos
queremos vernos y ver la realidad con la luz de Jesús, desde su evangelio. Sin
embargo, en muchas ocasiones utilizamos luces bien distintas...
Señor,
dame un corazón humilde y confiado, como el de Simeón y
Ana, como el de María.
Ellos
no tenían nada y, precisamente por eso, se acercaban
a Ti, ponían en Ti toda su confianza, cumplían tu
voluntad, observaban la ley.
Señor,
líbrame de la idolatría de las riquezas, no dejes
que tenga otro Dios fuera de Ti y ayúdame a vivir
siempre atento a Ti y a tu palabra.
No
permitas que confíe demasiado en las personas, ni siquiera
en mis propias fuerzas.
Qué
sólo confíe plenamente en Ti.
Ayúdame a
estar siempre disponible para caminar hacia Ti, para compartir
todo lo que tengo con total generosidad, sin dejarme
atar por ninguna propiedad.
Dame
sabiduría y fuerza para ser libre de verdad, para renunciar
a todo lo que me aparte de Ti, para estar abierto
del todo a la plenitud de tu Amor.
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