Jesús enseñó con una parábola que era necesario
orar siempre sin desanimarse:
«En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los
hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole:
"Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario".
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: "Yo no
temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le
haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme"».
Y el Señor dijo: «Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará
justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aunque los haga esperar?
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia.
Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?»
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
Pueden ayudar estas ideas:
¿Cuál
era la intención de Jesús al proponer esta parábola? El mismo texto nos lo
dice: Jesús quería que entendiesen, que entendamos, que hay que orar siempre,
sin desanimarse. Para crecer en la fe, en la amistad con Jesucristo no sirve
solamente rezar de vez en cuando, cuando me apetece, cuando necesito
algo. La fe crece con la fidelidad en la oración. Sin embargo en muchas
ocasiones rezar se convierte en un trabajo duro, incluso repelente...
Pido al
Señor el regalo de la perseverancia para rezar siempre.
¿Para
qué rezar tanto? Algunos dicen con razón: "Dios ya sabe lo que
necesito", "Dios no es un juez injusto, es Padre bueno y generoso,
que nos da todo antes de pedir nada", "Hay muchas cosas que
hacer"; sin embargo sacan una consecuencia equivocada: "Rezar es un
pérdida de tiempo". Jesús, sin embargo, nos invita a rezar siempre. Él
rezaba para dar gracias a Dios, para pedir fuerzas a su Padre, para desahogarse
con Él, para tomar decisiones con acierto... para sentirse amado y amar a su
Padre. ¿Por qué rezo yo? ¿rezo como Jesús?
"Señor,
enséñanos a orar"
¿Por
qué no somos fieles a la oración? Cada uno tendrá que buscar sus razones. He
aquí algunas de las más comunes: no somos conscientes de todo lo que nos quiere
Dios, creemos que podemos vivir sin pedir ayuda de nadie, nos ocupamos de lo
urgente y descuidamos lo importante, nos cuesta reconocer que todo lo que somos
lo hemos recibido de Dios... Puedo pedir a Dios que me dé luz para descubrir
que obstáculos no me dejan ser fiel a la oración y fuerza para superarlos.
Subo a
la montaña para orar, buscando los destellos de tu rostro; me pongo en tu
presencia y la nube me ilumina, la nube que me envuelve y me penetra,
transparencia de tu gloria, sacramento, y guardo tu rostro y tu palabra.
Tu
rostro buscaré, Señor; orando en el templo, buscaré; escuchando tu silencio,
buscaré; y buscando siento que me miras, y entraño la mirada de tu rostro.
Tu
rostro buscaré, Señor; bajaré hasta la choza y la chabola, para orar, para
estar con los excluidos, inmigrantes de color, receptores de todos los rechazos
y rostros humillados, suplicantes, en el fondo, como el tuyo.
El
cielo se abre en su presencia y yo me siento como un reo, porque no hay lugar
en nuestras casas.
Tu
rostro buscaré, Señor, me acerco al hospital en oración, buscando tu rostro en
los enfermos, rostros doloridos, tu rostro ensangrentado, son un cielo abierto,
y los beso, y te beso.
Tu
rostro buscaré, Señor, en oración, hasta en la cárcel, rostros odiosos, son tu
rostro en el infierno, por la desesperanza y la tristeza, y los quiero, porque
tu misericordia les devuelve la esperanza.
Tu
rostro buscaré, Señor, orando en los ríos humanos de la ciudad, en las colas
del autobús o en el metro, en los estadios y grandes almacenes, en los templos,
rostros desdibujados, impacientes, tu rostro anónimo todavía, y yo los voy
llamando por su nombre.
No me
escondas tu rostro, Señor, porque se hace de noche, quiero entrañar tu rostro
deseado con todos sus destellos, tu rostro, icono del Padre, la más brillante
Teofanía.
Tu
rostro me descubre que Dios está enfermo, muy enfermo, de amor.
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