lunes, 3 de noviembre de 2014

CUANDO DES UNA CENA, INVITA A LOS POBRES



Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente.

Jesús dijo al que lo había invitado: «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa.

Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.

¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos! »

Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?


El camino hacia la santidad es el de la gratuidad: hacer las cosas sin buscar nada a cambio. Dios es gratuito. No espera nada para sí, porque nada necesita. Si espera que demos buenos frutos, porque nos conviene y conviene a nuestros hermanos. Damos gracias por el amor desinteresado de Dios. El nos invita al banquete de su Palabra, de la Eucaristía, sabiendo que no le podemos pagar con nada.


El Padre invita a todos a su Reino y especialmente a aquellos que más pequeños.

¿Cuál es nuestra actitud? ¿Con quiénes nos relacionamos más? ¿A quiénes nos acercamos? ¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

Señor, Tú amor es siempre gratuito.

Invitas a tu mesa a todas las personas, cultas e incultas, sanas y enfermas, ricos y pobres, buenas y malas.

Me has invitado a mí, sin ningún mérito, gratuitamente, sin buscar nada a cambio; pues nada mío puede enriquecerte.


Nos abres de par en par las puertas de tu casa, nos ofreces el regalo de tu amistad, en tu Palabra, nos has revelado tus secretos, compartes con nosotros tu Espíritu, nos reservas un puesto en tu mesa alimentas con tu amor nuestras hambres y nos brindas una alegría nueva y eterna.

Sólo por amor. Todo por amor. Gracias, Señor.

Ayúdanos a ser gratuitos en nuestras relaciones, a ir más allá de los sentimientos y del propio interés; a abrir nuestro corazón y nuestra mesa a los amigos y a la familia, por supuesto, pero también a los que no podrán pagarnos, a los pequeños, a los pobres, a los que están solos, a los más necesitados, aunque no siempre lo merezcan.


Purifícanos y haznos parecidos a ti, Señor, ayúdanos a amar gratuitamente, como Tú, para entrar de lleno en el camino del Evangelio, para gozar de la felicidad más grande. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario