Jesús, al entrar al Templo, se puso a echar a los
vendedores, diciéndoles: «Está escrito: "Mi casa será una casa de oración,
pero ustedes la han
convertido en una cueva de ladrones"».
Y diariamente enseñaba en el
Templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo
buscaban la forma de matarlo. Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el
pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras.
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
Pueden ayudar estas ideas:
Jesús
no sólo es el hombre dulce y tierno que nos habla de cosas preciosas. Es
también el profeta valiente que denuncia la falsedad, que reacciona ante el
abuso, que se enfrenta a los poderosos... En nuestra vida se han de
combinar dos dimensiones de la vida de Jesús y de los profetas: plantar el
amor y arrancar el pecado, el anuncio de la solidaridad y la denuncia
del egoísmo, consolar corazones desgarrados y remover conciencias
conformistas... En mi vida ¿qué tendría que potenciar a este respecto? Pido a
Dios luz y fuerza.
Yo soy
la persona más tranquila del mundo.
Soy la
personificación de la tranquilidad.
Ciudadano
calmado, sin manías, sin extremismos, tranquilo y
pacífico. Ese soy yo.
Si hay
miseria a mí alrededor, yo ayudo un poquito
y luego
me tranquilizo al saber que pocos hacen lo que yo.
En una
época de tanto egoísmo,
yo soy
de veras un tipo leal y sincero.
¡Incluso
rezo todos los días, cosa que pocos hacen!
Pero
tú, Jesús, te has acercado a mí... y me has pedido ser profeta, para
gritar tu verdad, anunciar tu Buena Nueva, ser testigo ante el mundo.
¡Pero
Jesús! ¿Yo?... Tal vez este no sea el mejor trabajo, no sé
si sabré hacerlo, además necesitaré prepararme...
La
tarea no es nada fácil, necesito arrojo y valor.
Y yo
sólo tengo una cosa: miedo.
Desde
luego, ser profeta... es poner tus palabras en nuestra boca, tus obras, en nuestros hechos, es ser
como tú fuiste. ¡Y acabaste en la cruz!
Mira
Jesús, que todo esto es demasiado... a mí me gustaría, ¡pero es que... yo no
tengo sangre de profeta!
Jesús,
Tú escuchas con paciencia mis excusas, y me
miras con un inmenso cariño.
Tienes
paciencia conmigo y me ayudas a entender que sólo
tiene vida el que la arriesgar por amor, que Tú
siempre estarás a mi lado que tu fuerza será
mi fuerza, que tu sabiduría será la mía, que todo
lo puedo cuando voy contigo. Amén
Intentaban
quitarlo de en medio. El mensaje de Jesús les resultaba peligroso. Y para
colmo, se atreve a echar a los vendedores del templo. Les parece intolerable.
También nosotros tratamos de quitarnos de en medio a quien nos resulta molesto,
al que nos recuerda la verdad, tantas veces molesta... Lo pensamos y
pedimos perdón.
Jesús
no era un maestro más. Sabía de qué hablaba. Hacía lo que decía. Era coherente
hasta el extremo. No era hombre de medias tintas. Conocía los problemas de la
gente. Por eso y por muchas cosas más, lo escuchaban con gusto.
Nosotros no somos "el Mesías", no somos el Hijo de Dios. Pero estamos
hemos recibido el mismo Espíritu de Jesús y estamos llamados a ser anunciadores
del Evangelio. Si intentamos seguir a Jesús con autenticidad, aunque estemos
envueltos por mil pobrezas, mucha gente estará pendiente de nuestros
labios... y de nuestra vida.
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