Jesús dijo a sus discípulos:
Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que
por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre de
ustedes que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de
que se lo pidan.
Ustedes oren de esta manera:
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu
Reino, que se haga
tu voluntad en la tierra
como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como
nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes
caer en la tentación, sino líbranos del mal.
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo
también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el
Padre los perdonará a ustedes.
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
Pueden ayudar estas ideas:
El
Evangelio y la liturgia son buenos maestros. El Evangelio de ayer nos hablaba
de compromiso con los pobres; y el de hoy del Padre Nuestro. No podemos separar
lo que Dios ha unido: acción y oración. Para que toda la vida sea oración, ha
de haber momentos dedicados sólo a la oración. Y la oración auténtica se
verifica en el amor comprometido por los hermanos.
“Haznos
Señor contemplativos en el trabajo de cada día”
“Que
cuando rece, huya del ruido, no de las personas”
Reza
con el Padre Nuestro. Ve repitiendo cada palabra. Piensa con qué sentimientos
las pronunciaría Jesús... Él reza contigo, más aún, tú rezas en Él, tú te unes
a esa oración constante de Jesús con su Padre, con nuestro Padre.
¡Padre
nuestro! Estoy tan acostumbrado a decirte “Padre”, que casi lo hago sin darme
cuenta.
Sin
embargo... cuando lo pienso más en serio, tiemblo un poco.
Porque
si eres mi Padre, yo soy tu hijo... Y el hijo tiene la carne y la sangre del
padre.
Hoy te
pido, Padre mío y Padre de tantos otros hijos, de tantos hermanos míos, que jamás deje de llamarte así, que jamás deje de ser el que engendraste
para que te ame y para ser amado por Ti.
¡Padre
nuestro! ¡Padre de Cristo! Que nunca deje de recordar la misericordia que nos
mostraste en Jesús.
No
permitas que abandone nunca tu casa.
Si
estoy lejos de ella, por tantas locuras, por tantas maldades, por tantas
tonterías,
dame fuerzas
para volver ahora mismo:
¡Tú me
amas y eres más grande que todos mis pecados juntos!
Y si me
das la gracia de vivir siempre en tu casa, disfrutando de todo lo tuyo, dame generosidad para compartir todo lo mío; dame
humildad para comprender a mis hermanos y recibirlos en nuestra casa siempre,
como Tú los recibes.
¡Así sea!
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