Jesús se
dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó
a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y
decía:
«¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y
esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el
carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de
Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?» y Jesús era para ellos un
motivo de escándalo.
Por eso
les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en
su casa». Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de sanar a unos pocos
enfermos, imponiéndoles las manos. Y Él se asombraba de su falta de fe.
Jesús
recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.
Palabra
del Señor
¿Qué me quieres
decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer
realidad este evangelio en mi vida?
Pueden ayudar estas
ideas:
Fue en su propio pueblo donde Jesús encontró mayor
incomprensión. Donde más le conocían. Posiblemente, también nosotros llevamos
ya mucho conociendo a Jesús, bautizados desde pequeños
y con muchas misas oídas: ¿No habremos también nosotros
perdido la confianza en el Señor?
"Si conocieras el don de Dios", le dirá
un día a la Samaritana. Dios mío, permíteme descubrir la novedad de tu
persona, de tu Palabra. ¡Cómo podría cambiar mi vida si descubriera
su verdadero rostro!
Y no puedo hacer allí milagros. Lógico. Dios
necesita nuestro consentimiento para sacar adelante su relación de amistad con
nosotros. Es la bendita y terrible libertad humana. ¡Podemos negarnos
a Dios! !Ayúdanos a encontrarte, Señor!
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