Cuando
Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de
Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.
Entonces
le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús
lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas
y con su saliva le tocó la lengua; Después, levantando los ojos al cielo,
suspiró y le dijo: «Efatá», que significa: «Ábrete». Y en seguida se abrieron
sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.
Jesús les
mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía,
ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: «Todo lo ha
hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
Palabra
del Señor
¿Qué me quieres
decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer
realidad este evangelio en mi vida?
Pueden ayudar estas
ideas:
Bueno
sería que en este día nos pusiéramos el traje de otorrino y nos hiciésemos un
chequeo de oído, o mejor aún, un chequeo de escucha. ¿Escuchas a tu familia, a
tus amigos, a tus compañeros de estudio o trabajo? ¿Y a los que no piensan
como tú? ¿Y a los que te piden ayuda? Pídele a Jesús que cure tu sordera,
con fe.
Y ya
que estás en faena ¿Por qué no haces otro chequeo a tu oído interior?
Dios habla, susurra, grita... a través de las personas, de los
acontecimientos, de su Palabra, de tus sentimientos...
"Gracias
Señor por tu Palabra"
"Perdona
mi falta de escucha"
No te
quites aún tu traje de otorrino. Hay mucha gente sorda por ahí. A algunos hay
que descubrirles la sordera, a otros, hay que ayudarles a superarla. Es tan
importante escuchar a las personas y a Dios. Es tan triste estar incomunicado.
Dios pide tu colaboración. ¿Qué le dices?
Señor, cuando me encierro en mí, no existe
nada: ni tu cielo y tus montes, tus vientos
y tus mares; ni tu sol, ni la lluvia de
estrellas.
Ni
existen los demás ni existes Tú, ni existo yo.
A
fuerza de pensarme, me destruyo.
Y una
oscura soledad me envuelve, y no veo nada y no oigo nada.
Cúrame,
Señor, cúrame por dentro, como a los ciegos,
mudos y leprosos, que te presentaban.
Yo me
presento.
Cúrame
el corazón, de donde sale, lo que otros padecen y donde llevo mudo y reprimido el amor
tuyo, que les debo.
Despiértame,
Señor, de este coma profundo, que es amarme por
encima de todo.
Que yo
vuelva a ver a verte, a verles, a ver tus cosas a ver tu vida, a ver tus hijos...
Y que
empiece a hablar, como los niños, -balbuceando-, las dos palabras más redondas de la
vida:
¡PADRE NUESTRO!
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