Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de Él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén.
Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto,
le dijeron: «Señor, ¿Quieres que mandemos caer fuego del cielo para
consumirlos?» Pero Él se dio vuelta y los reprendió. Y se fueron a otro pueblo.
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi
vida?
Santiago y Juan iban con Jesús, pero ¡Cuanto les
costaba comprender el nuevo estilo de vida iniciado por el Maestro! No saben de
qué espíritu son. Son del espíritu del amor, de la comprensión, de la
misericordia; no son hijos del espíritu del rencor y de la venganza.
“Señor danos tu Espíritu de amor, para que curemos
el egoísmo con generosidad venzamos la mentira con la verdad, ganemos al
orgullo con humildad y superemos la guerra con la paz”
Cristo no ha venido no a perder a nadie, ha venido
y sigue viniendo a salvar a todos. Nuestra tarea es la misma: salvar, animar,
dar alegría, levantar la esperanza.
Pedimos
perdón porque a veces condenamos a los hermanos y damos gracias por las
personas siguen salvando al mundo con su vida.
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