Jesús se puso a enseñar en el Templo y preguntaba:
«¿Cómo pueden decir los escribas que el Mesías es hijo de David'? El mismo
David ha dicho, movido por el Espíritu Santo:
"Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a
tus enemigos debajo de tus pies".
Si el mismo David lo llama "Señor", ¿cómo puede ser hijo
suyo?»
La multitud escuchaba a Jesús con agrado.
Palabra del Señor
¿Qué me quieres
decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer
realidad este evangelio en mi vida?
Jesús es crítico con las enseñanzas de los
letrados, de los expertos. También nosotros estamos llamados a ser críticos con
lo que escuchamos, con lo que nos cuentan. No podemos “tragarnos” todo, aunque
también es verdad que podemos aprender de todos. En cambio, la realidad es que
a algunas personas les criticamos todo y a otras les aceptamos cualquier cosa.
¿Cómo lo vives? ¿Qué le dices a Dios?
La
gente disfrutaba escuchando a Jesús. ¿Disfrutamos nosotros de la Palabra de
Dios, de la celebración de la Eucaristía, del encuentro con los amigos o con la
familia, de buenas lecturas, de la naturaleza, de todas esas cosas buenas que
nos acercan a Dios? ¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?
Tu
Palabra está viva, Señor.
Quien
escucha tu Palabra se abre al misterio del amor.
Ella
ilumina a toda persona en este mundo.
Señor,
que sepamos descubrir tu luz, ella nace incansablemente
de tu corazón.
En ese
momento tú nos estás hablando, porque nos amas.
Ayúdanos
a escuchar la proximidad de tu voz.
Tu
alegría consiste en entregarte a quien desea oírte.
Tu
revelación no tiene límites, al igual que tu amor.
Tú no
te cansas jamás de dirigirte a nosotras.
Tú
deseas entrar en nuestro corazón.
Danos
libertad para estar abiertos a lo que tu palabra nos
inspira y a reconocerla en la historia de cada día.
Desde
siempre Tú, te vienes ofreciendo a todo ser humano.
Tu
deseo se volvió tan grande y tu palabra tan entregada, que se hizo carne en Jesús.
Tú
deseabas tanto ser recibido por los hombres y mujeres que
viniste a habitar entre nosotros.
Y es
que lo que tu das lo das totalmente.
Que te
veamos siempre en todos, en todo, y en especial, en los
hermanos y hermanas más necesitados, más débiles, más
pequeños.
Tú
eres, Señor, la vida de donde sale el vino bueno que
alegra el corazón.
Tú
eres, Señor, amigo de nuestra vid y nosotras somos
sarmientos.
Si no
estamos unidas a ti no tendremos vida.
Separadas
de ti no servimos para nada.
Haznos,
Señor, comprender el gozo de vivir en ti, unidos a ti, amigo entrañable de todos nuestros caminos.
Ayúdanos,
Señor, a que tu savia inunde nuestras vidas.
Si tú
te acercas como vid verdadera, el amor se hará realidad en nuestra pobre vida de sarmiento de la viña.
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