Le enviaron a Jesús unos fariseos y herodianos para
sorprenderlo en alguna de sus afirmaciones. Ellos fueron y le dijeron:
«Maestro, sabemos que eres sincero y no tienes en cuenta la condición de las
personas, porque no te fijas en la categoría de nadie, sino que enseñas con
toda fidelidad el camino de Dios. ¿Está permitido pagar el impuesto al César o
no? ¿Debemos pagarlo o no?»
Pero Él, conociendo su hipocresía, les dijo: «¿Por qué me tienden una
trampa? Muéstrenme un denario».
Cuando se lo mostraron, preguntó: «¿De quién es esta figura y esta
inscripción?».
Respondieron: «Del César».
Entonces Jesús les dijo: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo
que es de Dios».
Y ellos quedaron sorprendidos por la respuesta.
Palabra del Señor
¿Qué me quieres
decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer
realidad este evangelio en mi vida?
Querían cazar a Jesús y comienzan la conversación
echándole piropos. ¡Que peligrosas son las palabras cuando no responden a los
sentimientos del corazón!
“Transforma
nuestro corazón de piedra en un corazón de carne”
“Señor,
cura y perdona nuestra mentira”
“Gracias
porque tú no has venido a cazarnos, sino a salvarnos”
Dice un
autor: “Grave error: di al Cesar lo que es de Dios y a Dios lo que es del
Cesar”. Tenemos que reconocer que muchas veces caemos en esta equivocación.
Ofrecemos a las cosas y a las personas el corazón entero, toda la vida. Y sin
embargo a Dios le damos unas migajas.
Sólo
Dios merece nuestro corazón. En el corazón está grabada su imagen mucho más
profundamente que lo está la imagen del César en un denario.
También
nosotros sabemos, Jesús, que Tú eres sincero, que enseñas
el camino que nos lleva a Dios, el camino verdadero
que nos da paz y felicidad.
Queremos
escucharte hoy con un corazón atento, con una
voluntad decidida para recorrer tu camino.
Tú no
nos engañas, Tú hablas con claridad.
Nos
adviertes del peligro de construir mal nuestra vida de ofrecer
al César (a cualquier ídolo) lo de Dios y a
Dios lo que les corresponde a las cosas y a las personas.
Sin
embargo, a veces nos engañamos, nos equivocamos: te queremos
contentar con unas monedas, una oración, una
reunión o un compromiso; para que nos dejes
tranquilos y no nos pidas más.
Y damos
nuestro trabajo y nuestra vida a otros "dioses": a las aficiones, a los caprichos, al placer, al dinero, a la fama, a la moda o al poder; diosecillos que nos exigen mucho y no dan nada bueno.
Para
ser felices, hemos de agradecerte la vida que nos has dado y corresponder al inmenso amor con que nos cuidas.
Por
eso, queremos ofrecerte con amor la vida entera: el tiempo
de trabajo y de diversión, el tiempo compartido
con la pareja y con las amistades, el tiempo que
pasamos en el barrio y en la familia.
Y lo
grande es que dándotelo todo, no perdemos nada, ganamos todos,
nosotros mismos y cuantos nos rodean.
Danos
tu Espíritu para dar al César lo que es del César y a
Dios, nuestro Padre, la vida entera.
Amén
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