Un escriba que oyó discutir a Jesús con los
saduceos, al ver que les había respondido bien. Se acercó y le preguntó: «¿Cuál
es el primero de los mandamientos?»
Jesús respondió: «El primero es: "Escucha. Israel: el Señor nuestro
Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y
con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas". El
segundo es: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". No hay otro
mandamiento más grande que éstos».
El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un
solo Dios y no hay otro más que Él, y que amarlo con todo el corazón, con toda
la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo,
vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios».
Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «Tú no
estás lejos del Reino de Dios».
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Palabra del Señor
¿Qué me quieres
decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer
realidad este evangelio en mi vida?
Para responder a la pregunta de aquel escriba,
Jesús une dos textos perdidos en el mar de leyes del Antiguo Testamento. Toma
primero unas palabras del Deuteronomio 6,4-5: “Amarás a Dios tu Dios con todo
tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Y a continuación une un
fragmento de Levítico 19,18: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Para Jesús amar a Dios, amar al prójimo y amarse a
uno mismo no es incompatible. Todo lo contrario. El amor es indivisible: cuando
amamos a Dios sobre todas las cosas, amamos mejor a los hermanos y a nosotros
mismos. Y, por supuesto, cuando amamos a los hermanos, crece nuestra capacidad
de amar a Dios.
Dice Benedicto XVI: "Amor a Dios y amor al
prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor
que viene de Dios, que nos ha amado primero". Rezamos:
Padre, ¿cómo podemos amarte sin haberte visto
jamás? ¿Cómo amarte más que a nada y más que a nadie? ¿No pides demasiado,
Señor?
Sólo podremos amarte así cuando descubrimos tu
amor, Tú nos has amado primero y sigues amándonos primero; por eso,
nosotros podemos corresponder también con el amor.
No nos amas porque te amamos y nos entregamos a Ti.
Te amamos, porque Tú, antes, nos has amado hasta el
extremo.
Gracias, Padre, por ese amor tuyo, gratuito y fiel,
que hace posible nuestro amor a Ti y al prójimo.
Ayúdanos a reconocer y agradecer tu amor, en los
pobres y en las personas, en tu Palabra, en los Sacramentos, en la
oración y en la comunidad viva de los creyentes, en cualquier momento de
nuestra vida cotidiana.
Señor Jesús, ayúdanos a mirar con amor a las
personas, a amigos y enemigos, a paisanos y extranjeros.
Ayúdanos a entregarnos a todos, contigo y como Tú.
Que nunca olvide que estás especialmente presente en los
hambrientos, los sedientos, los forasteros, los desnudos, enfermos o
encarcelados; que siempre tenga presente que te amo y te ayudo a ti cada vez
que amo y ayudo a uno de estos hermanos,
Gracias, Jesús, porque cada vez que sirvo a las
personas se abren más mis ojos para reconocer lo que Tú haces por mí
y lo mucho que me amas.
Amén
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