Jesús
dijo a sus discípulos:
No
acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y
los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en
el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que
perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón.
La
lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará
iluminado. Pero si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Si
la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá!
Palabra
del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
Parece
que esta generación da la espalda a la fe, da la espalda al amor de Dios,
parece que prefiere otras cartas: la carta del dinero, la carta del placer por
encima de todo, la carta de la comodidad, la carta del acumular. Son cartas
mediocres, sin duda, porque cuando la vida saca las cartas del sufrimiento, la
carta de la muerte, la carta de la tristeza y el sinsentido ¿de qué sirve el
dinero, la comodidad, el placer y el egoísmo? No sirven de nada. Si sólo
tenemos estas cartas, tarde o temprano, perderemos la partida. Contra la carta
de la muerte y del sufrimiento, sólo puede vencer el as del amor y el comodín
de la fe. No amontonéis tesoros en la tierra.
¿Qué te
dice Dios? ¿Qué le dices?
Los
tesoros que tanto deseo y tan vivamente me
atraen haciéndome soñar con ricos presentes, no están
en el pasado, digan lo que digan doctores sabios y épicos
poetas con sus cantos.
Están
en el futuro esperado y hay que buscarlos
y encontrarlos para no morir de sed y empobrecidos en estos
lugares y tiempos que juegan a despistarnos con sus rebajas y ofertas.
A veces
están escondidos, como las perlas, en campos de otros, y otras
nos sorprenden por su manifiesta cercanía.
Pero no
se gastan ni apolillan pues surgen de tus
entrañas vivas.
Los
tesoros que tanto deseo y tan tercamente me
atraen tienen siempre sintonía con la voz de los
profetas, los pasos de los romeros y los sueños de tus
preferidos.
Por eso
ando en su búsqueda, sin tregua, desde la
madrugada hasta la noche bien entrada; a veces
con velas vacilantes, otras con candil o
linterna, siempre con el corazón en ascuas.
Los
tesoros que tanto quiero y con tanta pasión
me enamoran, ni se compran ni se venden ni pertenecen
a mis posesiones, pero me ofrecen gratis tu riqueza y hacen
que mi corazón repose.
Amén
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