Jesús dijo a sus discípulos:
«No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no
serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará. Les volcarán
sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la
medida con que ustedes midan también se usará para ustedes».
Les hizo también esta comparación: «¿Puede un ciego
guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?
El discípulo no es superior al maestro; cuando el
discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro.
¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu
hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano:
"Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo", tú, que no ves la
viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y
entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano».
Palabra del Señor
Padre mío, gracias por tu
paciencia y por tu misericordia. Te pido perdón por las veces en que he
ignorado tu presencia. Ayúdame a descubrir en esta oración los medios que tengo
que concretar para ya no defraudarte y corresponder siempre a tu amor.
Dios mío, ayúdame a ser
misericordioso y que no me atreva nunca a juzgar a los demás.
El apelativo «hipócritas» que Jesús da varias veces a los doctores de la ley en realidad es dirigido a cualquiera, porque quien juzga lo hace en seguida, mientras que Dios para juzgar se toma su tiempo.
El apelativo «hipócritas» que Jesús da varias veces a los doctores de la ley en realidad es dirigido a cualquiera, porque quien juzga lo hace en seguida, mientras que Dios para juzgar se toma su tiempo.
Quien juzga se equivoca, simplemente porque toma un
lugar que no es suyo. Pero no solo se equivoca, también se confunde. Está tan
obsesionado con lo que quiere juzgar, de esa persona -¡tan tan obsesionado!-
que esa idea no le deja dormir. ... Y no se da cuenta de la viga que él tiene.
Es un fantasioso. Y quien juzga se convierte en un derrotado, termina mal,
porque la misma medida será usada para juzgarle a él. El juez que se equivoca
de sitio porque toma el lugar de Dios termina en una derrota. ¿Y cuál es la
derrota? La de ser juzgado con la medida con la que él juzga.
El único que juzga es Dios y a los que Dios da la
potestad de hacerlo. Jesús, delante del Padre, ¡nunca acusa! Al contrario:
¡defiende! Es el primer Paráclito. Después nos envía el segundo, que es el
Espíritu Santo. Él es defensor: está delante del Padre para defendernos de las
acusaciones. ¿Y quién es el acusador? En la Biblia se llama «acusador» al
demonio, satanás. Jesús nos juzgará, sí: al final de los tiempos, pero mientras
tanto intercede, defiende.
Hoy vemos que la perseverancia en esa lucha por
lograr unirse cada vez más a la voluntad santísima de Dios, pues en ello
estriba la verdadera perfección, tiene su premio.
Aunque la vida esté llena de dificultades, desalientos y trabajos, también es verdad que es muy corta y que es pasajero el sufrir. Pronto llegará el fin de la jornada y ahí encontraremos el descanso y el premio si hemos sabido luchar por Jesucristo.
Qué hermoso programa el seguir a Cristo buscando hacer felices a los que viven a nuestro lado sin pensar en nosotros mismos y a la vez cuánta fuerza de voluntad y cuánta abnegación nos exige y qué premio tan grande nos conquista para el cielo. Ser viriles en la caridad, ser generosos y magnánimos, sin entregarnos a la estrechez tacaña de lo que es obligación estricta. Más allá comienza el amplio campo de la delicadeza y de las atenciones, del sacrificio y de la afabilidad ingeniosa para dar gusto a los demás en todo. Hay que llegar al detalle y no despreciar las pequeñas ocasiones de sacrificarse dando a nuestro hermano una muestra de atención, un rostro alegre, una palabra de aliento, una condescendencia en la conversación.
Aunque la vida esté llena de dificultades, desalientos y trabajos, también es verdad que es muy corta y que es pasajero el sufrir. Pronto llegará el fin de la jornada y ahí encontraremos el descanso y el premio si hemos sabido luchar por Jesucristo.
Qué hermoso programa el seguir a Cristo buscando hacer felices a los que viven a nuestro lado sin pensar en nosotros mismos y a la vez cuánta fuerza de voluntad y cuánta abnegación nos exige y qué premio tan grande nos conquista para el cielo. Ser viriles en la caridad, ser generosos y magnánimos, sin entregarnos a la estrechez tacaña de lo que es obligación estricta. Más allá comienza el amplio campo de la delicadeza y de las atenciones, del sacrificio y de la afabilidad ingeniosa para dar gusto a los demás en todo. Hay que llegar al detalle y no despreciar las pequeñas ocasiones de sacrificarse dando a nuestro hermano una muestra de atención, un rostro alegre, una palabra de aliento, una condescendencia en la conversación.
Hay que aprovechar esa vida tan pequeña, que es un
punto en medio de la eternidad, pues al final nos espera el premio, la corona;
nos espera la inefable dicha de poseer a Dios, a Jesús, con plenitud y sin
temor de perderle más.
Hacer el ejercicio constante de no juzgar la actuación de las personas con las que convivo.
Señor, Tú me enseñas que nunca debo juzgar ni criticar a los demás. Haz que logre tratar a los demás como Tú me tratas Señor: comprendiendo sus limitaciones, disculpando sus faltas, poniendo atención a sus necesidades, sin guardar ningún rencor, ningún resentimiento, con la capacidad de ser misericordioso y bondadoso, siempre y con todos.
Hacer el ejercicio constante de no juzgar la actuación de las personas con las que convivo.
Señor, Tú me enseñas que nunca debo juzgar ni criticar a los demás. Haz que logre tratar a los demás como Tú me tratas Señor: comprendiendo sus limitaciones, disculpando sus faltas, poniendo atención a sus necesidades, sin guardar ningún rencor, ningún resentimiento, con la capacidad de ser misericordioso y bondadoso, siempre y con todos.
Amén
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