Jesús decía a sus discípulos:
No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol
malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen
higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas.
El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad
que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la
abundancia del corazón habla su boca.
¿Por qué ustedes me llaman: "Señor,
Señor", y no hacen lo que les digo? Yo les diré a quién se parece todo
aquél que viene a mí, escucha mis palabras y las practica. Se parece a un
hombre que, queriendo construir una casa, cavó profundamente y puso los
cimientos sobre la roca. Cuando vino la inundación, las aguas se precipitaron
con fuerza contra esa casa, pero no pudieron derribarla, porque estaba bien
construida.
En cambio, el que escucha la Palabra y no la pone
en práctica se parece a un hombre que construyó su casa sobre tierra, sin
cimientos. Cuando las aguas se precipitaron contra ella, en seguida se
derrumbó, y el desastre que sobrevino a esa casa fue grande.
Palabra
del Señor
Hoy, el Señor nos sorprende haciendo “publicidad” de
sí mismo. No es mi intención “escandalizar” a nadie con esta afirmación. Es
nuestra publicidad terrenal lo que empequeñece a las cosas grandes y
sobrenaturales. Es el prometer, por ejemplo, que dentro de unas semanas una
persona gruesa pueda perder por lo menos cinco o seis kilos usando un
determinado “producto-trampa” (u otras promesas milagrosas por el estilo) lo
que nos hace mirar a la publicidad con ojos de sospecha. Más, cuando uno tiene
un “producto” garantizado al cien por cien, y —como el Señor— no vende nada a
cambio de dinero sino solamente nos pide que le creamos tomándole como guía y
modelo de un preciso estilo de vida, entonces esa “publicidad” no nos ha de
sorprender y nos parecerá la más lícita del mundo. ¿No ha sido Jesús el más
grande “publicitario” al decir de sí mismo «Yo soy la Vía, la Verdad y la Vida»?
Hoy afirma que quien «venga a mí y oiga mis palabras
y las ponga en práctica» es prudente, «semejante a un hombre que, al edificar
una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca», de modo que
obtiene una construcción sólida y firme, capaz de afrontar los golpes del mal
tiempo. Si, por el contrario, quien edifica no tiene esa prudencia, acabará por
encontrarse ante un montón de piedras derruidas, y si él mismo estaba al
interior en el momento del choque de la lluvia fluvial, podrá perder no
solamente la casa, sino además su propia vida.
Pero no basta acercarse a Jesús, sino que es
necesario escuchar con la máxima atención sus enseñanzas y, sobre todo,
ponerlas en práctica, porque incluso el curioso se le acerca, y también el
hereje, el estudioso de historia o de filología... Pero será solamente
acercándonos, escuchando y, sobre todo, practicando la doctrina de Jesús como
levantaremos el edificio de la santidad cristiana, para ejemplo de fieles
peregrinos y para gloria de la Iglesia celestial.
Amén
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