Los escribas y los fariseos dijeron a Jesús: «Los
discípulos de Juan ayunan frecuentemente y hacen oración, lo mismo que los
discípulos de los fariseos; en cambio, los tuyos comen y beben».
Jesús les contestó: «¿Ustedes pretenden hacer
ayunar a los amigos del esposo mientras él está con ellos? Llegará el momento
en que el esposo les será quitado; entonces tendrán que ayunar».
Les hizo además esta comparación: «Nadie corta un
pedazo de un vestido nuevo para remendar uno viejo, porque se romperá el nuevo,
y el pedazo sacado a éste no quedará bien en el vestido viejo. Tampoco se pone
vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres; entonces el vino se
derramará y los odres ya no servirán más. El vino nuevo se pone en odres
nuevos. Nadie, después de haber gustado el vino viejo, quiere vino nuevo,
porque dice: el añejo es mejor».
Palabra del Señor
Señor Dios, aparta de mi oración esa actitud farisaica que me impide ver
las maravillas de las inspiraciones de tu Espíritu Santo. Soy culpable de ese
juicio severo que tiende a ver solo lo negativo. La oración es un don tuyo,
concédemelo. Dame la gracia de orar con un corazón contrito que auténticamente
busque renovarse espiritualmente.
Te pido el don de la humildad, para disponerme a recibir gratuitamente
el don de la oración.
La
libertad cristiana está en la docilidad a la Palabra de Dios. Debemos estar
siempre preparados a acoger la «novedad» del Evangelio y las «sorpresas de
Dios». La Palabra de Dios, que es viva y eficaz, discierne los sentimientos y
los pensamientos del corazón. Y para acoger verdaderamente la Palabra de Dios,
hay que tener una actitud de «docilidad».
La Palabra de Dios es viva y por eso viene y dice
lo que quiere decir: no lo que yo espero que diga o lo que me gustaría que
dijera. Es una Palabra libre y también un sorpresa porque nuestro Dios es un
Dios de las sorpresas.
La libertad cristiana y la obediencia cristiana son
docilidad a la Palabra de Dios, y hay que tener esa valentía de convertirse en
odres nuevos, para este vino nuevo que viene continuamente. Esta valentía de
discernir siempre: discernir, digo, no relativizar. Discernir siempre qué hace
el Espíritu en mi corazón, qué quiere el Espíritu en mi corazón, dónde me lleva
el Espíritu en mi corazón. Y obedecer. Discernir y obedecer. Pidamos hoy la
gracia de la docilidad a la Palabra de Dios, a esta Palabra de Dios, y esta
Palabra que es viva y eficaz, que discierne los sentimientos y los pensamientos
del corazón.
Todos deseamos momentos para
estar con las personas o la persona que nos cae bien, que estimamos, que
amamos. Entre amigos, el novio con la novia o entre esposos. Y cuando alguien
viene a arrebatarnos esos momentos más los anhelamos y más deseamos que vengan.
A los apóstoles les sucede algo
semejante en este evangelio porque los fariseos, no sabiendo ya por donde
fastidiar, pretenden hacer ver a Jesús que los suyos no se comportan como los
discípulos de Juan que ayunan y rezan mucho. Pero perfectamente podríamos
haberles dicho a los fariseos aquella frase de san Agustín que dice: "teme
a la gracia de Dios que pasa y no vuelve". Y los apóstoles preferían
disfrutar de la compañía del Mesías que ayunar y estar lejos de Él. O también
les podríamos haber respondido con la misma frase que Jesús le dijo a la mujer
de Betania: "Marta, Marta muchas cosas te preocupan pero una sola es
importante y María ha elegido la mejor", que fue la de sentarse a sus
pies.
He aquí por tanto la clave de este evangelio, la presencia de Cristo en nuestra vida. De qué nos sirve ayunar, rezar mucho, hacer penitencia si a la hora de la hora no acompañamos a Cristo donde realmente está que es en la Eucaristía.
Estaríamos ayunando y rezando por deporte. Por ello, si hasta ahora nuestros rezos o ayunos son sin una presencia de Cristo dominical o más frecuente pensemos que estamos desaprovechando la verdadera gracia de Dios para nuestra alma, que es la de estar cerca de Él
He aquí por tanto la clave de este evangelio, la presencia de Cristo en nuestra vida. De qué nos sirve ayunar, rezar mucho, hacer penitencia si a la hora de la hora no acompañamos a Cristo donde realmente está que es en la Eucaristía.
Estaríamos ayunando y rezando por deporte. Por ello, si hasta ahora nuestros rezos o ayunos son sin una presencia de Cristo dominical o más frecuente pensemos que estamos desaprovechando la verdadera gracia de Dios para nuestra alma, que es la de estar cerca de Él
Señor, que aprenda a olvidarme de mí, para escucharte y entender Tu Voluntad. El ayuno no es sólo algo externo como lo veían los fariseos. El ayuno va al interior del hombre. Consiste en cumplir lo que Tú me pides y amarte con todo el corazón.
Amén
No hay comentarios:
Publicar un comentario