lunes, 7 de marzo de 2016

VUELVE A TU CASA, TU HIJO VIVE



Jesús partió hacia Galilea. Él mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta.

Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaúm. Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a sanar a su hijo moribundo.

Jesús le dijo: «Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen». El funcionario le respondió: «Señor, baja antes que mi hijo se muera».

«Vuelve a tu casa, tu hijo vive», le dijo Jesús.

El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y le anunciaron que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora se había sentido mejor. «Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre», le respondieron.

El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y entonces creyó él y toda su familia.

Éste fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.


Palabra del señor

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


Tendemos a ser autosuficientes, a arreglárnoslas solos, a engañarnos. Solo desde el conocimiento de nuestra realidad: débil, pecadora, necesitada de los demás y de Dios, podemos llegar a la fe. Hoy, el Evangelio nos invita a sentirnos necesitados de la ayuda de Jesús, como el funcionario real que sabe que no puede curar a su hijo; y a ser, como él, humildes y capaces de pedir ayuda. Este hombre que cree en la palabra de Jesús, comprueba su eficacia y pasa a creer en Jesús, nos muestra el itinerario de la fe: pasar de la fe en la promesa a la adhesión personal a Cristo.

¿Cuáles son mis carencias? Pido humildemente la ayuda del Señor.

Sabes, Señor, que soy uno de los tuyos, que creo en ti y formas parte de mi vida,
pero muchas veces vivo como si no existieras, porque no termino de fiarme en ti del todo.

Quiero tener la fe del hombre que te buscó y te insistió para que curases a su hijo enfermo.

Me invitas a levantarme, a no sestear en la mediocridad, a vivir una vida apasionante, a trabajar con la misma hermandad que Tú y a confiar en ti mientras transcurre mi historia.

Tú me impulsas a levantar todo lo que está en mí dormido.

Tú me enseñas que puedo llegar a mucho más.

Tú me haces creer en el ser humano, con todo lo que tiene de grandeza y fragilidad.

La fe en ti, Señor, me aparta de fatalismos y desesperanzas, porque me haces confiar en las personas.

Hay mucho dolor en nuestro mundo, a algunos les ha tocado una vida muy dura...

Hoy te pido que susurres al oído de cada hermano: "Tu fe te ha salvado, vete en paz"

Amén

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