Jesús dijo a los
fariseos:
«Yo me voy,
y ustedes me buscarán y morirán en su pecado. Adonde Yo voy, ustedes no pueden ir».
Los judíos
se preguntaban: «¿Pensará matarse para decir: "Adonde Yo voy, ustedes no
pueden ir"?»
Jesús continuó: «Ustedes
son de aquí abajo, Yo soy de lo
alto.
Ustedes son de
este mundo, Yo no soy de este mundo. Por
eso les he dicho: "Ustedes morirán en sus pecados".
Porque si no
creen que Yo Soy, morirán en sus pecados».
Los judíos le
preguntaron: «¿Quién eres Tú?»
Jesús les
respondió: «Esto es precisamente lo
que les estoy diciendo desde el comienzo.
De ustedes,
tengo mucho que decir, mucho que
juzgar.
Pero Aquél que
me envió es veraz, y lo que aprendí
de Él es lo que digo al mundo».
Ellos no
comprendieron que Jesús se refería al Padre. Después
les dijo: «Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces
sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino
que digo lo que el Padre me enseñó.
El que me envió
está conmigo y no me ha dejado solo, porque
Yo hago siempre lo que le agrada».
Mientras hablaba
así, muchos creyeron en Él.
Palabra del Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
Muchos judíos no están abiertos, no creen en Jesús.
No pueden disfrutar de su Palabra y de su amor.
Cuando pase el mensajero que no me encuentre dormido, afanado en otras metas, indiferente a su voz.
Cuando pase el mensajero que no me encuentre dormido, afanado en otras metas, indiferente a su voz.
Que no sea su relato
semilla que el viento barre o luz que a nadie ilumina.
Cuando pase el mensajero que
no le vuelva la cara para esquivar su propuesta.
Se presentará en un libro, en un verso, o será estrofa de un canto que me envuelva.
Se presentará en un libro, en un verso, o será estrofa de un canto que me envuelva.
Vendrá, tal vez, en un
amigo, en un hombre roto, o en el pan partido.
Le abriré la casa, pondré
en juego el corazón y escucharé, con avidez, sus palabras.
Y entonces me cambiará la
vida.
Jesús hace siempre lo que le
agrada al Padre. Ni siquiera Jesús, el Hijo de Dios, actúa por su cuenta. Su
alimento es hacer la voluntad del Padre. Buscar y cumplir su voluntad, aún en
medio de debilidades propias y de las incomprensiones ajenas, alimenta nuestra
fe el Dios, da sentido a la vida y, aunque parezca una contradicción, ensancha
los límites de la libertad.
“Danos luz para conocer tu voluntad
y fuerza para cumplirla”
Cuando levantéis en alto al
Hijo del Hombre, cuando veáis morir al Justo en la cruz más injusta, cuando lo
miréis y descubráis que en su mirada sólo brilla la comprensión y en su corazón
únicamente late el amor, cuando sientas que Él ha muerto por vosotros, por ti,
porque te ama... entonces comprenderéis.
Señor,
levantamos los ojos hacia Ti con una mezcla de vergüenza y confianza. Tu mirada
nos transforma y nos cura.
Te
miramos recién nacido en Belén. Tu pequeñez cura nuestras ambiciones y en nuestro
corazón crece la ternura.
Te
miramos rodeado de niños, mujeres, publicanos… Tu cercanía a ellos cura nuestros
favoritismos y nos ayuda a compartir la vida con los más pequeños.
Te miramos cuando rezas al Padre. Tu rostro transfigurado cura nuestra incredulidad y nos anima a abrir del todo el corazón a Dios.
Te miramos cuando rezas al Padre. Tu rostro transfigurado cura nuestra incredulidad y nos anima a abrir del todo el corazón a Dios.
Te
miramos como la mujer acusada de adulterio y en tus ojos sólo brillan el amor y
el perdón, el perdón que pacífica y cura el alma.
Te
miramos lavando los pies a tus discípulos. Tu humildad cura nuestra vanidad y
nos invita a servir a los hermanos.
Te
miramos resucitado y glorioso. Tu vida nueva cura nuestras desesperanzas para
que gocemos y compartamos tu alegría.
Amén
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