Jesús estaba expulsando a un
demonio que era mudo. Apenas salió el demonio, el mudo empezó a hablar. La
muchedumbre quedó admirada, pero algunos de ellos decían: «Éste expulsa a los
demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios». Otros, para
ponerlo a prueba, exigían de Él un signo que viniera del cielo.
Jesús, que conocía sus
pensamientos, les dijo: «Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus
casas caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá
subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- Yo expulso a los demonios con el
poder de Belzebul. Si Yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con
qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán
a ellos como jueces. Pero si Yo expulso a los demonios con la fuerza de Dios,
quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.
Cuando un hombre fuerte y bien
armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si
viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita las armas en las que
confiaba y reparte sus bienes.
El que no está conmigo, está
contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.
Palabra del
Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
Cuando
no se quiere a una persona, no se cambia de opinión ni siquiera cuando cura a
un endemoniado. Es el caso de Jesús.
Todos
hemos sufrido en alguna ocasión esta circunstancia. ¡Cómo duele! Conociendo un
poco a Jesús, podemos imaginar que le dolería más la dureza de corazón de sus
compatriotas que el rechazo que él sufre.
“Señor,
gracias por entregar tu vida por los que te rechazamos”
“Danos
fuerza para entregarnos por los que nos rechazan”
“Perdona
y cura nuestra dureza de corazón”
El
Reino de Dios ha llegado a nosotros: Hoy Jesús sigue curando ciegos, cojos,
mudos y toda clase de enfermos, del cuerpo y del alma. ¿No lo notáis?
“Danos
ojos para ver, corazón para agradecer y voluntad para colaborar contigo”
Señor: Tú llegas a nuestro mundo y nos invitas a abrir la puerta de nuestro corazón a todas las personas.
Señor: Tú llegas a nuestro mundo y nos invitas a abrir la puerta de nuestro corazón a todas las personas.
Ya nos dijiste que eres Tú quien viene cuando alguien llama a nuestra
puerta.
Tu palabra es ésta: “He aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, Yo entrará y cenaré con él y él conmigo”.
Tu palabra es ésta: “He aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, Yo entrará y cenaré con él y él conmigo”.
Señor: que sepamos escuchar tu voz, esa voz que nos llega por nuestros
hermanos.
Que abramos la puerta para acogerte a Ti, y en Ti a todas las personas.
Que abramos la puerta para acogerte a Ti, y en Ti a todas las personas.
Tú, Dios de amor y vida, no
dejas de llamarnos, a cualquier hora y
en cualquier lugar, a una vida plena y
feliz.
Tú, Dios de bondad y misericordia, no
abandonas a tus hijos e hijas aunque
hayamos quebrantado tu alianza, y nos
ofreces siempre tu perdón y abrazo de Padre.
Tú, Dios fiel y lleno de ternura, te haces presente en medio de tu pueblo para devolverle la alegría, curarle la tristeza, y abrirle un horizonte de esperanza.
Tú, Dios Padre bueno, nos das este tiempo para que nos convirtamos y, creyendo en tu Hijo Jesús, podamos conocer, gustar y vivir el Evangelio como buena noticia, ya, en esta tierra, mientras caminamos hacia tu Reino.
Tú, Dios fiel y lleno de ternura, te haces presente en medio de tu pueblo para devolverle la alegría, curarle la tristeza, y abrirle un horizonte de esperanza.
Tú, Dios Padre bueno, nos das este tiempo para que nos convirtamos y, creyendo en tu Hijo Jesús, podamos conocer, gustar y vivir el Evangelio como buena noticia, ya, en esta tierra, mientras caminamos hacia tu Reino.
Nosotros, ahora, llenos de alegría, te
alabamos con nuestras torpes palabras.
Pero Tú bien sabes que ellas contienen
lo mejor que hay en nosotros.
¡Gloria y alabanza a Ti que nos
despiertas y recreas cada día!
Amén
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