sábado, 12 de julio de 2014

LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO



A los ocho días circuncidaron al niño y le pusieron por nombre Jesús, el mismo nombre que el ángel le había dicho a María antes de que estuviera encinta.

Cuando se cumplieron los días en que ellos debían purificarse según las ceremonias de la ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentárselo al Señor.

Lo hicieron así, porque en la ley del Señor está escrito:

-“Todo primer hijo varón será consagrado al Señor”-

Fueron pues, a ofrecer en sacrificio lo que manda la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones de paloma.

En aquel tiempo vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Era un hombre justo, que adoraba a Dios y esperaba la liberación de Israel. El Espíritu Santo estaba con Simeón y le había hecho saber que no moriría sin ver antes al Mesías, a quien el Señor enviaría. Guiado por el Espíritu Santo, Simeón fue al templo; y cuando los padres del niño lo llevaron también a él, para cumplir con lo que la ley ordenaba.

Simeón lo tomó en brazos y alabó a Dios, diciendo:

-“Ahora, Señor, tu promesa está cumplida: puedes dejar que tu siervo muera en paz. Porque ya he visto la salvación que has comenzado a realizar a la vista de todos los pueblos, la luz que alumbrará a las naciones y que será la honra de tu pueblo Israel”-

El padre y la madre de Jesús se quedaron admirados al oír lo que Simeón decía del niño. Entonces Simeón les dio su bendición, y le dijo a María, la madre de Jesús:

-“Mira, este niño está destinado a hacer que muchos en Israel caigan o se levanten. Él será una señal que muchos rechazarán, a fin de que las intenciones de muchos corazones queden al descubierto. Pero todo esto va a ser como una espada que atraviese tu propia alma”-

También estaba allí una mujer llamada Ana, que hablaba en nombre de Dios y que era hija de Fanuel de la tribu de Aser.

Era muy anciana. Se casó siendo muy joven y había vivido con su marido siete años, hacía ochenta y cuatro que se había quedado viuda, nunca salía del templo, sino que servía allí, día y noche al Señor, con ayunos y oraciones. Ana se presentó en aquel mismo momento y comenzó a dar gracias a Dios y a hablar del niño Jesús a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario