Cuando llegó el tiempo en que
Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes
de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.
A los ocho días, se reunieron
para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la
madre dijo: «No, debe llamarse Juan».
Ellos le decían: «No hay nadie
en tu familia que lleve ese nombre».
Entonces preguntaron por señas
al padre qué nombre quería que le pusieran. Éste pidió una pizarra y escribió:
«Su nombre es Juan».
Todos quedaron admirados. Y en
ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
Este acontecimiento produjo
una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda
la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este
recuerdo en su corazón y se decían: «¿Qué llegará a ser este niño?» Porque la
mano del Señor estaba con él.
El niño iba creciendo y se
fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se
manifestó a Israel.
Palabra del
Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
Leyendo el Evangelio del
Nacimiento de Juan Bautista llama la atención la importancia que se da al
nombre del recién nacido.
Juan procede del hebreo
Yo-hasnam, con el significado de "Dios es misericordioso". Otra
etimología muy cercana es la de Jo-hanan o Jo-hannes, que significa "Dios
está a mi favor".
Juan era el nombre que mejor
reflejaba lo que significaba el nacimiento de aquel niño para sus padres. Dios
ha cumplido su palabra: Isabel había tenido un hijo en su ancianidad. Sentían
que el nacimiento de Juan era una bendición de Dios para ellos y para todo el
pueblo.
Dios también bendice tu vida,
es misericordioso contigo, con la humanidad. ¿Qué dices a Dios?
El mismo Jesús atestigua la
importancia de San Juan Bautista: “Entre los nacidos de mujer, nadie más grande
que Juan el Bautista". Por otra parte, es el único santo del que se
celebra el nacimiento, coincidiendo con el solsticio de verano, cuando los días
son más largos y las noches más cortas.
Recordemos algunos rasgos de su
vida:
Juan llama a la conversión:
Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos... Dad, pues, fruto digno
de conversión.
No busca protagonismos: Yo no
soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él. El que tiene a la novia
es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho
con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud.
Es preciso que él crezca y que yo disminuya.
Anuncia la venida del Mesías y
señala su presencia: Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que
viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las
sandalias. He ahí el Cordero de Dios. He visto al Espíritu que bajaba como una
paloma del cielo y se quedaba sobre él.
No tiene miedo: Herodes había
prendido a Juan, le había encadenado y puesto en la cárcel, por causa de
Herodías, la mujer de su hermano Filipo. Porque Juan le decía: «No te es
lícito tenerla.»
Vivió la pobreza y la
austeridad: Juan llevaba un vestido de pie de camello; y se alimentaba de
langostas y miel silvestre.
¿Qué te dice Dios a través de
la vida de Juan Bautista? ¿Qué le dices?
Señor, Tú eres Dios compasivo y
misericordioso.
Estás a nuestro lado. Siempre, sin apartarte
jamás.
Estás de nuestra parte. Siempre, pase lo que
pase.
Estás al lado de cada persona, de todas las
personas.
Tu gloria es que todos tus hijos seamos
felices, viviendo como hermanos que aman y se ayudan, como hijos tuyos, que se dejan cuidar por
ti, que siembran justicia, paz y verdad en el mundo.
Gracias, Señor, por Juan y por todas las
personas que, con su presencia, su cariño y su palabra, me recuerdan que Tú eres favorable y estás
de mi parte. Gracias
por mi familia.
Señor, Tú me has llamado, como a Juan, para que, a pesar de mi pequeñez y mis
pecados, yo sea una bendición para mi familia y mis amigos, para mi comunidad cristiana y para el mundo.
Tu mano acompañaba a Juan y me acompaña a
mí.
Tus manos de alfarero me formaron de barro y
espíritu.
Tus manos de madre me acarician y protegen.
Tus manos de pastor me conducen a la vida
eterna.
Amén
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