jueves, 9 de junio de 2016

AL DAR TU OFRENDA, TE DAS CUENTA DE QUE TU HERMANO TIENE ALGUNA QUEJA, DEJA LA OFRENDA Y VE A RECONCILIARTE



Jesús dijo a sus discípulos: Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.

Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata debe ser llevado ante el tribunal. Pero Yo les digo que todo aquél que se enoja contra su hermano merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquél que lo insulta merece ser castigado por el Tribunal. Y el que lo maldice merece el infierno.

Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda.

Trata de llegar enseguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?


¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Un cristiano no puede decir: yo no hago nada malo: ni mato ni robo. Un cristiano no se puede contentarse con evitar los pecados más graves. Jesús nos pide algo más, En este evangelio nos anima a tratar con delicadeza a las personas.

¿Cómo tratas a las personas? ¿Cómo las deberías tratar? ¿Qué puedes hacer?

¿Qué te dice Dios? ¿Qué le dices?

La reconciliación con el hermano hace posible una buena relación con Dios. No podemos amar a Dios sin amar a los hermanos. La reconciliación con Dios estimula la reconciliación con los hermanos; y la reconciliación con los hermanos expresa y fortalece la reconciliación con Dios.

Y si no nos valen con estas razones profundas, Jesús nos da una más superficial. Estar en pleitos puede conducirnos a los tribunales y a la cárcel. Cuando no buscamos la reconciliación somos infelices, lo pasamos mal, no estamos a gusto.

Te damos gracias, Dios nuestro y Padre todopoderoso, por medio de Jesucristo, nuestro Señor, y te alabamos por la obra admirable de la redención.

Pues, en una humanidad dividida por las enemistades y las discordias, tú diriges las voluntades para que se dispongan a la reconciliación.

Tu Espíritu mueve los corazones para que los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano y los pueblos busquen la unión.

Con tu acción eficaz puedes conseguir que la violencia se apacigüe y crezca el deseo de la paz; que el perdón venza al odio y la indulgencia a la venganza.

Por eso, debemos darte gracias continuamente,

A ti, Padre, que gobiernas el universo, te bendecimos por Jesucristo, tu Hijo, que ha venido en tu nombre.

Él es la palabra que nos salva, la mano que tiendes a los pecadores, el camino que nos conduce a la paz.

Dios y Padre nuestro, nos habíamos apartado de ti y nos has reconciliado por tu Hijo, a quien entregaste a la muerte para que nos convirtiéramos a tu amor y nos amáramos unos a otros.

Concédenos tu Espíritu, para que desaparezca todo obstáculo en el camino de la concordia y la Iglesia resplandezca en medio de los hombres como signo de unidad e instrumento de tu paz.

Que este Espíritu, vínculo de amor, nos guarde en comunión con el Papa, con nuestro Obispo, con los demás Obispos y todo tu pueblo santo.

Así como nos reúnes en la Eucaristía, en torno a la mesa de tu Hijo, unidos con María, la Virgen Madre de Dios, y con todos los santos, reúne también a los hombres y mujeres, de cualquier clase y condición, de toda raza y lengua, en el banquete de la unidad eterna, en un mundo nuevo donde brille la plenitud de tu paz. Por Cristo, Señor nuestro.

Amén

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