martes, 28 de junio de 2016

¿PORQUE TIENES MIEDO, HOMBRE DE POCA FE?



Jesús subió a la barca y sus discípulos lo siguieron. De pronto se desató en el mar una tormenta tan grande, que las olas cubrían la barca. Mientras tanto, Jesús dormía. Acercándose a Él, sus discípulos lo despertaron, diciéndole: «¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!»

Él les respondió: «¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?» y levantándose, increpó al viento y al mar, y sobrevino una gran calma.

Los hombres se decían entonces, llenos de admiración: «¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?»


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?


¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?


El Evangelio de hoy es un reflejo de nuestra propia vida. ¿Cuántas veces hemos sufrido problemas que nos han turbado y quitado la paz mientras parecía que Dios estaba dormido? No pocas veces hemos gritado a Dios porque creíamos hundirnos. Pero miremos la reacción de Jesús: reprocha nuestra falta de fe. Lo contrario de la fe y del amor no es el odio, sino nuestra cobardía.

“Jesús, tengo fe pero dudo, ayuda a mi pobre fe”

Jesús no nos deja de la mano, pero a veces parece que está dormido. Esto nos hace ser más fuertes, nos provoca para que andemos por nosotros mismos a la luz de la fe. Si no sentimos consuelo en la oración creemos que Dios está lejos de nosotros y nos echamos atrás. Sin embargo, Jesús es nuestro tesoro, y los tesoros están ocultos. Hay que pasar por los desiertos de la sequedad y monotonía en la oración. Hay que ser valientes en esas noches en las que no vemos ni sentimos nada. Muchos se desesperan y se cansan. Los valientes llegan hasta el final y Dios premia sus ansias y su amor, su fidelidad.

¿Me canso en la oración y creo que en vez de caminar hacia Dios estoy retrocediendo? Si es así es que vas en la barca con Jesús, que no tenga que reprochar nuestra cobardía. Da gracias porque viene con nosotros en medio de la tempestad y de la noche.

Señor, tanto si me respondes como si no, quiero seguir invocándote sin cesar, bajo las bóvedas de la asidua oración.

Tanto si vienes como si no vienes, quiero seguir confiando en Ti: sabiendo que entras en mi interior a poco que abra el corazón a ti y al hermano.

Tanto si me hablas como si no,  no permitas que me canse de invocarte.

Aunque no me des la respuesta que espero, que no dude de que, de un modo u otro, discretamente, te dirigirás a mí.

En la oscuridad de mis oraciones más profundas, sé que estás cerca, aunque no te sienta.

En medio de la danza de la vida, de la enfermedad y de la muerte, ayúdame a invocarte sin descanso,  sin caer en la desconfianza por tu aparente silencio,

Dame una fe recia para esperar tu palabra, tu presencia, tu paz.

Como viajeros perdidos y sin rumbo en un desierto ardiente y sin agua, a ti gritamos, Señor.

Como peregrinos con los pies destrozados que no encuentran albergue, a ti gritamos, Señor.

Como náufragos varados en una costa abandonada, a ti gritamos, Señor.

Como mendigos hambrientos que extienden la mano para recibir alimento, a ti gritamos, Señor.

Como ciegos sin lazarillo que tropiezan con todo lo que hay en el camino,
a ti gritamos, Señor.

Como enfermos crónicos que ya no saben qué es la salud, a ti gritamos, Señor.

Como emigrantes sin papeles en un país que no conocen, a ti gritamos, Señor.

Como refugiados en campamentos que pensaban eran lugar seguro, a ti gritamos, Señor.

Como prisioneros inocentes arrojados en cárcel húmeda y maloliente, a ti gritamos, Señor.

Como pobres sin derechos a los que nadie hace caso, a ti gritamos, Señor.

Como personas desahuciadas de sus casas por la prepotencia de unos y la desidia de otros, a ti gritamos, Señor.

Como ciudadanos siempre olvidados que no pueden ejercer sus derechos, a ti gritamos, Señor.

Como personas torturadas por haber acogido a otra de etnia distinta, a ti gritamos, Señor.

Como los padres y madres que no pueden hacer nada cuando les arrebatan sus hijos, a ti gritamos, Señor.

Como el niño a quien roban su único trozo de pan mientras sus padres yacen a su lado, a ti gritamos, Señor.

Como el joven obligado a matar para que no le maten, a ti gritamos, Señor.

Como esa persona inocente convertida en chivo expiatorio de nuestros desmanes,
a ti gritamos, Señor.

Como tú, Señor, que en lo alto de la cruz osaste gritar "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", a ti gritamos, Señor.

Amén

No hay comentarios:

Publicar un comentario