Jesús dijo a sus discípulos:
No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: Yo no he venido a
abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no quedarán ni una i ni una
coma de la Ley, sin cumplirse, antes que desaparezcan el cielo y la tierra.
El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los
otros a hacer lo mismo, será considerado el menor el Reino de los Cielos. En
cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los
Cielos.
Palabra del Señor
¿Qué
me quieres decir, Señor?
¿Cómo
puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
Jesús actúa con libertad y en ocasiones se salta la
ley: no respeta el descanso del sábado, habla a solas con la samaritana... Pero
nunca incumple los preceptos por capricho o por conveniencia propia. No ha
venido a anular la ley, sino a darle plenitud, a perfeccionarla, para que
responda mejor a la voluntad de Dios, para que sea más útil a las personas.
La ley de Dios no esclaviza, da libertad, es camino
de felicidad, de salvación.
Tu palabra, Señor, es
buena noticia, semilla fecunda, tesoro escondido, manantial de agua fresca, luz
en las tinieblas, pregunta que cautiva, historia de vida, compromiso sellado, y
no letra muerta.
Alabado seas por tu
palabra.
Tu palabra, Señor, está
en el Evangelio, en nuestras entrañas, en el silencio, en los pobres, en la historia, en los hombres de bien, en cualquier esquina y
en tu Iglesia, también en la naturaleza.
Alabado seas por tu
palabra.
Tu palabra, Señor, llega
a nosotros por tu Iglesia abierta, por los mártires y profetas, por los
teólogos y catequistas, por las comunidades vivas, por nuestros padres y
familias, por quienes creen en ella, por tus seguidores, y también por gente de
fuera.
Alabado seas por tu
palabra.
Tu palabra, Señor, hace
de nosotros personas nuevas, sal y levadura, comunidad de hermanos, Iglesia sin
fronteras, pueblo solidario con todos los derechos humanos, y zona liberada de
tu Reino.
Alabado seas por tu
palabra.
Amén
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