Así habló Jesucristo:
Pueblo de
Sión, que habitas en Jerusalén, ya no tendrás que llorar: Él se apiadará de ti
al oír tu clamor; apenas te escuche, te responderá.
Cuando el Señor les haya dado el pan de la angustia y el agua de la
aflicción, aquel que te instruye no se ocultará más, sino que verás a tu
maestro con tus propios ojos. Tus oídos escucharán detrás de ti una palabra:
«Éste es el camino, síganlo, aunque se hayan desviado a la derecha o a la
izquierda».
El profeta Isaías nos dijo: El Señor te dará lluvia para la semilla que
siembres en el suelo, y el pan que produzca el terreno será rico y sustancioso.
Aquel día, tu ganado pacerá en extensas praderas. Los bueyes y los asnos
que trabajen el suelo comerán forraje bien sazonado, aventado con el bieldo y
la horquilla.
En todo monte elevado y en toda colina alta, habrá arroyos y corrientes
de agua, el día de la gran masacre, cuando se derrumben las torres. Entonces,
la luz de la luna será como la luz del sol, y la luz del sol será siete veces
más intensa -como la luz de siete días- el día en que el Señor vende la herida
de su pueblo y sane las llagas de los golpes que le infligió.
Palabra de Dios
¿Qué me quieres decir
Señor?
¿Cómo puedo hacer
realidad este evangelio en mi vida?
Isaías,
nos va proponiendo el programa que tiene Dios, lleno de gracia salvadora. Nos
sigue llamando cada día a dejar el pesimismo y mirar con ilusión hacia el
futuro.
Los
símiles están tomados de la vida agrícola, que todos entendían y entendemos
fácilmente: Dios quiere que ya no haya llantos ni hambre, que no falte la
lluvia para los campos, que las cosechas sean abundantes y no le falten pastos
al ganado.
Nos
asegura que nuestro Dios es un Dios cercano, que nos escucha y nos conoce por
nuestro nombre. Si andamos desorientados, oiremos muy cerca su voz. Y si
estamos heridos, o nuestros corazones están destrozados, él vendará nuestras
heridas y reconstruirá lo que estaba destruido.
El
profeta habla a un pueblo que está desanimado, destrozado política y
religiosamente. Es a los pobres y a los afligidos a quienes se dirige su
palabra de ánimo, para anunciarles que Dios no les olvida, que se apiada de
ellos, porque es rico en misericordia.
Amén
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